jueves, 30 de agosto de 2007

Mis discos mágicos: "Black sea" de XTC


No me ha hecho nunca mucha gracia el punk. Siempre lo he equiparado a las bromas groseras de adolescentes borrachos, al desprecio por la cultura de personas ignorantes y resentidas, deseosas de escamotear su falta de talento detrás de actitudes desafiantes y demagogia fácil.

Naturalmente, las cosas no son tan en blanco y negro. The Clash, por ejemplo, aunque me sean un poco antipáticos por razones extramusicales (y bien sabemos la relevancia de los factores extramusicales en el rock) son uno de los grupos pop fundamentales de los últimos 30 años, surgidos del mismo turbulento caldero que fomentó muchas carreras valiosas.Por ejemplo, la de XTC.

Mi afición por XTC es producto de mi eterno esnobismo, de mi amor por los perdedores que se quedaron a las puertas del cielo. Tal vez si Andy Partridge, Colin Moulding y Dave Gregory fuesen figuras de “glamour” mediático, les habría hecho mucho menos caso. Pero me llama la atención que los creadores de una discografía tan variada y extensa sigan en un relativo limbo.

El disco del que quiero hablar, “Black sea”, quizá represente el momento de gloria de esta banda. En perfecta sintonía con los tiempos, está lleno de energía insolente, de melodías memorables, de letras entre ácidas y rebuscadas que Partridge desgrana con esa voz personalísima que amas u odias, pero que, como la de Robert Smith, resulta imposible de confundir con otras.

En el apartado instrumental, siguen molestándome un poco esas baterías electrónicas Tama, verdadera enfermedad de los 80, pero el sonido acerado y cortante de las guitarras, donde Dave Gregory intercala una técnica originalísima y nada fácil de imitar, me satisface tanto como el saltarín bajo de Moulding. No podían ser tan punkis estos tíos, cuando tocaban tan bien.

Podría glosar el disco casi canción por canción: “Respectable street”, con esos acordes de base que suenan tan extraños y disonantes pero configuran un ritmo propulsivo inolvidable; la melancolía de la incomunicación en la maravillosa “No language in our lungs”; joyas del pop como “Towers of London” o ese espasmódico himno, con una de esas excéntricas melodías marca de la casa, a la liberación a través del sexo que es “Burning with optimism’s flames”, sin olvidar la fabulosa “Don’t lose your temper” incluida en los “bonus tracks”, toda una explosión de alegría en dos minutos, dos estrofas y estribillo, o el cierre de espesa oscuridad “after-punk” que es “Travels in Nihilon”, título sacado de un libro de Alan Sillitoe.

Oscuridad que tampoco duraría tanto. En ese mismo año 80, tras el asesinato de John Lennon, Partridge se calzaría las gafitas redondas de éste y se iría impregnando de un espíritu Beatle que llevaría a que XTC fueran metidos a menudo en el mismo saco que Jellyfish o Crowded House. Algo injusto a todas luces porque, si bien Andy perdió en rabia, fue ganando en capacidad y para componer originalísimas canciones en discos tan grandes como “Mummer”, “Skylarking”, cuyo productor fue Todd Rundgren, ese do de pecho creativo que fue “Oranges and lemons” (que estuvo a punto de devolverlos al lugar que les correspondía por derecho) o el delicioso tributo al pop sesentero que firmaron bajo el seudónimo The Dukes of Stratosphear.

¿Qué sucedió con XTC? En primer lugar, Partridge decidió, tras un ataque de pánico durante una actuación en 1982, no volver a actuar en directo, una lástima dado el nombre que se iban fraguando como teloneros de grupos del nivel de Police. Sin entrar en la dinámica habitual de promoción, no se mantuvo el tirón de singles tan enrevesados y contagiosos a la vez como “Senses working overtime”, como prueba el hecho de que un disco tan exquisito como “Mummer”, donde empezaba a despuntar un sugestivo bucolismo folk, hundió mayormente su carrera hasta consolidarlos como un grupo para minorías fanáticas.

Hartos del maltrato dispensado por Virgin, XTC iniciaron, del 1992 al 2000, una travesía del desierto culminada con un intento de regreso, con los dos volúmenes de “Apple venus”, muy apreciado por los seguidores pero en definitiva frustrado: Gregory abandona la banda, Moulding anuncia que no seguirá dedicándose a la música, y Partridge, ese pequeño genio del pop, sigue en su Swindon natal (la ciudad que servía de escenario a “El curioso incidente del perro a medianoche” de Mark Haddon) gozando de un estatus de gurú menor, cuyos mil y un proyectos, salvo la apetitosa edición de sus demos inéditas, “Fuzzy warbles”, se mantienen en una distinguida marginalidad. Si Damon Albarn no lo hubiese despedido como productor del “Modern life is rubbish”, de Blur...

Pero siempre nos quedará “Black sea”, con su luz y optimismo juveniles, todo un anticipo semiolvidado del tipo de música que triunfaría por todo lo alto en el “britpop” de principios de los 90. Ya se sabe: los dones proféticos tienen más de maldición que de bendición.

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