viernes, 5 de octubre de 2007

Roy Harris: Sinfonía No. 3


Cuando aún resuenan en esta página los recios y machotes compases de Bachman-Turner Overdrive, es el momento ideal para confiar en una pieza orquestal compuesta por un ex camionero.

Resulta tentador identificar esa lenta, larguísima e intrincada melodía inicial en las cuerdas con un paisaje vasto y cambiante, aunque inmutable en su línea de horizonte. De la misma manera, la ausencia de temas pegadizos, el hecho de que las melodías, si las hay, son ante todo cambios de acordes a menudo no muy ortodoxos o fluidos según las leyes armónicas, podrían sugerir el fluir de la tierra inmóvil ante los ojos de un conductor que no se mueve pero presencia metamorfosis continuas a un lado y otro del asfalto. Ya sugirió Elliott Carter que en la música del XVIII y el XIX se estilaban mucho los acentos mediante una negra o dos corcheas en cada parte del compás porque imitaban el ritmo de los medios de locomoción de entonces: el caminar, el montar a caballo, el ir en carruaje, y que la era del automóvil, el avión o la nave espacial conllevaría nuevos conceptos del ritmo.

Lo cual no quiere decir que Harris haga vanguardia (las sonoridades de la sinfonía son postrománticas e incluso hay evocaciones claras de obras como la primera sinfonía de Brahms), a no ser que por vanguardia entendamos a Sibelius, cuya séptima sinfonía tiene mucho que ver con esta manera de ir desarrollando la materia musical mediante cambios sucesivos de los elementos presentados en el inicio. Sibelius también fue de los primeros en recurrir a células repetitivas que daban un ambiente "minimalista". Mike Oldfield siempre fue un gran admirador de Sibelius.

El aire entre soñador, pionero y folklórico de la obra (no falta una sección de danza percusiva que puede traer a la mente coreografías indígenas a la luz de una hoguera) le otorga un atractivo tópicamente "americano", una frescura que no encontraremos en obras europeas más ancladas en la tradición y mucho mejor concebidas y ejecutadas. Por si fuera poco, Harris llega al dramático clímax de su composición en el minuto 18, cuando un Mahler o un Shostakovich estarían aún calentando motores en el primer movimiento.

Es una pena que, tras la agradable sorpresa que me supuso el descubrimiento de esta pieza en un cedé de Leonard Bernstein (en Sony, cuando "Lenny" aún no se había amanerado tanto y regalaba una interpretación enérgica tras otra) mi investigación del resto de composiciones de Roy Harris sólo haya desvelado repeticiones de este mismo esquema, atmósferas muy similares a los de esta fascinante y concisa sinfonía en un movimiento único que merecería una mayor visibilidad en los conciertos. Pero mejor es ser autor de una sola obra que de ninguna, como otros que sin embargo no cesan de estrenar en los auditorios y cobrar derechos de autor a espuertas.

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