domingo, 10 de febrero de 2008

"Vida de Pi" de Yann Martel


Hace poco hablé con un viejo conocido mío que, confesándome sus pecados como lector, afirmaba sólo estar dispuesto a tragarse mala literatura si se trataba de CF, su subgénero fetiche. Pero de ningún modo, continuaba, estaría dispuesto a ensuciar su retina con perniciosos “best-sellers”, incluyendo, y sobre todo, la variedad patria, con los amigos Pérez-Reverte y Ruiz Zafón a la cabeza. Yo hubiese suscrito lo dicho de buen grado, salvo que me interesa sobremanera saber lo que hacen los susodichos Arturo y Carlos (por si encuentro yo también la fórmula mágica y me jubilo de mi trabajo), y salvo que algunas de mis últimas lecturas me han sumido en la oscuridad en lo que a reconocer la esencia de un “best-seller” se refiere.

La crisis sobrevino en la pérfida Albión. Ávido de nuevos horizontes, quise dar una oportunidad a varios títulos que figuraban de modo prominente en los expositores de las librerías (las cuales, dicho sea de paso, se encuentran incluso en lánguidos pueblos playeros como el que me albergaba), y me encontré con sorpresas como: una intriga detectivesca narrada en primera persona por un chico autista (“El curioso incidente del perro a medianoche”), las vidas entrecruzadas de seis personajes desde el siglo XIX hasta el futuro remoto de la Tierra (“El atlas de las nubes”) y, por último, una incógnita considerable desde el texto de contraportada: ¿cómo es posible desarrollar toda una novela sobre la travesía pacífica en un bote salvavidas por un chaval de 16 años... y un enorme y feroz tigre de Bengala? Es el punto de partida de “Vida de Pi”, con la que el canadiense Yann Martel ganó el premio Booker hace unos cuantos años.

Un punto de partida a todas luces imposible, por dos interrogantes que surgen a primera vista: 1) ¿Por qué el tigre no devora al chaval de inmediato? 2) Aun si no lo devora, ¿es posible mantener el interés durante las casi 200 páginas que dura el relato de su travesía? La respuesta se revela en todo un ejercicio de virtuosismo narrativo, en un truco de prestidigitación consistente en sacar abundante materia novelística de donde no parece haberla, y logrando no sólo una proeza técnica sino además uno de esos libros que el lector desocupado u obligado a esperar un avión durante largas horas devorará tan ansiosamente como hace Pi con los innumerables animalillos inocentes que despanzurra e ingiere para sobrevivir.

Un interrogante secundario que se presenta tras la lectura es si la manipulación sibilina del lector por parte del autor constituye en cierto modo un engaño. A fin de cuentas, el increíble pero muy verosímil relato que ocupa la extensa parte central ve sus bases sentadas en un tramo inicial que nos imparte conocimentos necesarios para que el libro surta su efecto: 1) La personalidad emprendedora y encantadora de Pi, incluido el curioso origen de su nombre. 2) Su eclecticismo religioso que le lleva a creer a la vez en el hinduismo, el cristianismo y el Islam, y prepara al lector para aceptar posibles milagros a la par que para no desdeñar una posible interpretación de la aventura como alegoría espiritual. 3) El funcionamiento del zoológico regentado por el padre de Pi y el procedimiento para acostumbrar a un animal salvaje a vivir en cautividad, que cumple la doble función de entretener al lector con datos apasionantes y asegurarse de que los hechos a bordo del bote no resultarán extraños o gratuitos. Ya sé que esta planificación es perfectamente lógica e incluso coincide con mi filosofía narrativa del guión de cine, donde el menor elemento ha de cumplir una función demostrable. Sin embargo, encontrar ese pensamiento en una novela me produce una impresión de artificio, creo que las piezas deberían encajar de una manera más orgánica y natural, pero achacadlo a mi quisquillosidad innata.

En cuanto a la travesía de Pi y Richard Parker (el tigre), no mentiré al afirmar que se trata de un relato de aventuras absorbente, documentado a la perfección sobre las condiciones, implicaciones y posibles efectos de una situación semejante, constante en crear una sensación de peligro y amenaza, asombrosamente variado en la paleta de estados de ánimo, giros en la trama y registros descriptivos que el narrador es capar de extraer del caldo de cultivo a priori más monótono, e incluso orientado hacia el final del viaje a aguas donde reina un clima de fantasía alegórica cercano al terror.

Y, por si fuera poco, el tercio final, en principio intrascendente, donde una pareja de investigadores japoneses interrogan a Pi con el objeto de esclarecer el destino del barco naufragado, oculta tras sus burlas y extraños chistes la última carga de profundidad: es posible que la extensa peripecia de Pi, entre la crónica de un náufrago y la fábula animal, no sea otra cosa que una misericordiosa manera de ocultar a su mente una realidad del siniestro, valga la redundancia, mucho más siniestra. La interrogación a los inquisidores sobre la versión que prefieren entre ambas saca a colación parte de los objetivos filosóficos del libro, en particular sobre el valor de la fe, sobre la visión de un mismo mundo que nuestra mente está dispuesta a aceptar. Martel juega sus cartas pronto cuando, por boca de un personaje, afirma que la historia de Pi “hace creer en Dios”, pero el epílogo sume en una profunda, y grata, incertidumbre.

Y después de todo esto, ya ve usted, un seguidor sigue manteniendo que “Vida de Pi” es un “best-seller”, por razones que volveré a enumerar mediante esos numeritos que tanto me gustan esta tarde: 1) El lenguaje, a pesar de venir de los labios de un indio de Pondicherry, es de una claridad y concisión estándares y dibujadas con tiralíneas (los indios son por naturaleza más floridos y laberínticos en la expresión, o será que Rushdie me ha malacostumbrado). 2) La intención clara del autor es atrapar al lector manteniendo un ritmo casi de “thriller” y no dar oportunidad a un público poco lector para bajarse del relato aprovechando el primer tiempo muerto que se presente, por muy admirable literariamente que el tiempo muerto pudiera ser. Quien se deje seducir por el tercio inicial no se topará con “flash back” alguno. 3) “Vida de Pi” ha entrado en la celebridad mediante un conocido galardón literario, ha contado con el apoyo decidido de los medios de comunicación, y todo apunta a que será llevada al cine (difícil de imaginar por los desafíos técnicos implicados, por el argumento mínimo y sin diálogos que parece opuesto a cuanto se espera de una película, y por la repugnancia vomitiva que producirían a mucho espectador varios elementos de los que dan a la trama su carácter apasionante; aunque, puesto que el director anunciado en la actualidad es Jean-Pierre Jeunet, me callo: no llegué a creerme “Amélie” hasta que no la vi con mis propios ojos).

Si todo eso no define la pertenencia de esta novela a la categoría editorial de marras, que venga Ken Follett y lo vea, pero me temo que un “best-seller” no nace, sino que se hace. Todo depende de la manera de venderlo, y en lo que los editores piensen que merece la pena vender a un gran público. Puede tratarse de un culebrón inflado durante cientos de páginas redactadas con los bajos instintos del lector en mente, sin escrúpulos a la hora de aplicar las más viejas y trilladas fórmulas folletinescas y evitando un estilo que ponga en duda la competencia lingüística del destinatario; o puede ser una obra interesante que encuentre en cierta medida el compromiso entre calidad y comercialidad. Sea como sea, el comprador de “Vida de Pi” en España fue Destino, editorial “literaria” por excelencia, y por consiguiente no la ha leído casi nadie. Moraleja: esconde la mano que viene la vieja...

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