martes, 25 de marzo de 2008

Pescar sobre arquitectura


El último número de la revista Ritmo contiene la crítica de un reciente lanzamiento del sello Naxos: una grabación de varias piezas orquestales de Ottorino Respighi por JoAnn Falletta y la Filarmónica de Buffalo. El autor de la reseña, Rafael Juan Poveda, tiene las cosas claras desde el principio: “Ya contamos con la más que dudosa calidad de estas músicas, además de su escasa importancia en el contexto de su época”.

Ya estamos otra vez con las mismas. ¿Por qué este menosprecio al pobre Respighi? A mí, la verdad es que su figura siempre me ha parecido más bien entrañable: un italiano empeñado en llevar la contraria con obras sinfónicas al monopolio operístico de los Verdi o Puccini, alumno de Rimsky-Korsakov, imitador del Stravinsky más populoso, el de “Petrushka”, orquestador “a la moderna” de melodías gregorianas, barrocas y renacentistas... Escucho aún bastante a menudo los poemas de la “Trilogía romana”, en especial “Fuentes de Roma”, que encuentro memorable en todos los sentidos, así como el “Trittico botticelliano”. Amén de su sabiduría tímbrica y orquestal (que teóricamente es el quid de la cuestión en la música del siglo XX), me parecen piezas bellas, entretenidas y agradables, de aquellos tiempos felices anteriores a Theodor W. Adorno y su catecismo siniestro que convirtió la belleza en pecado.

No dudo de que el firmante del desprecio a Respighi no osaría calificar de pestiño o de irrelevante cualquier composición de la sacralizada vanguardia de posguerra, firmada por Boulez, Nono o Stockhausen, pero al parecer la veda contra alguien como Respighi está siempre abierta. A mí sinceramente me indigna leer, en revistas como CD Compact, al gacetillero de turno arremetiendo contra los cedés de la serie “American Classics” de Naxos, por su pecaminosa filiación tonal, aunque se trate de compositores tan grandes como Samuel Barber, mientras que discos que a buen seguro dormirán al más dispuesto, como uno dedicado a las piezas para arpa sola de Sylvano Bussotti, reciben un trato amabilísimo y exento de toda valoración crítica. Porque los “vanguardistas” son los buenos de la peli, y los “tradicionales” los malos.

Por eso se puede dar por supuesto, mucho antes de escuchar el disco, que la música de Respighi, o la de Malcolm Arnold, o la de Barber, es de “más que dudosa calidad”. Así es como tipos como Pierre Boulez, ocupando cargos públicos culturales, dejaron sin trabajo, mediante purgas poco menos que stalinianas, a los que no componían como ellos. Es muy fácil reescribir la historia, decir que obras como “Vetrate di chiesa” tienen “escasa importancia en el contexto de su época”. ¿Qué contexto? ¿El de los neoclasicismos de entreguerras? ¿El del postromanticismo que coleó lo suyo en las primeras décadas del siglo? ¿El de las propuestas renovadoras de la segunda escuela vienesa, que fueron marginales e ignoradas hasta que llegó Adorno y puso en el índice inquisitorial a todos los “reaccionarios”, incluyendo a Stravinsky y Sibelius?

La verdad, sólo por esta crítica pienso comprarme el disco. Bien es verdad que luego Poveda matiza su apreciación, diciendo que se trata de “obras no de primera, pero dignas de ser conocidas”, pero aun así creo que su juicio refleja esa mentalidad de mucho aficionado a la música clásica, que sólo aprecia las “obras maestras” y mira con un cierto desdén todo lo demás, como si, sinceramente, hubiese sido capaz de saber qué es lo mejor y qué es lo peor de no haber recibido ya hecho el “gran repertorio”. No creo que mucha gente escuche a determinados intérpretes de la música pop por su trascendencia histórica o sus renovaciones del lenguaje, sino por simple hedonismo sonoro, por sentirse entretenido y encandilado. En ese sentido, Respighi, con su grandilocuencia orquestal, su melodismo mediterráneo, su colorismo en cinemascope, me resulta más placentero de escuchar que multitud de obras sagradas. Sobre todo de los últimos 50 años.

Y si está así el tema en la prensa dedicada a la música clásica, la del pop y el rock no está mucho mejor: en el último número de Rolling Stone, edición española, un tal D. Vico critica el álbum “Rain” de Joe Jackson, basando su reseña en unos presupuestos que no es que sean discutibles, como los de Poveda en Ritmo; es que son directamente falsos. Leamos: “Tras sus primeros discos netamente nuevaoleros, [Joe Jackson] se volcó a su primera pasión, el jazz, igual que Costello hizo con el country...” “En su género de adopción nunca pudo pasar de segundón y ahora que en cierta manera regresa al pop parece un músico ajeno a él metiéndose en un traje que le queda pequeño, pero sin capacidad para rasgar costuras y sentirse cómodo...”

Pasamos de lo opinable a la mentira, a una manera de reseñar que parte de una conclusión preconcebida y modifica los hechos a posteriori para adaptarlos a ella. Al final va a tener razón Joe al arrepentirse de haber hecho “Jumpin’ jive”, su homenaje al swing: Jackson nunca pretendió convertirse en un músico de jazz. Aquello fue tan sólo un capricho, una aventura pasajera, pero los discos posteriores, entre ellos “Night and day”, “Body and soul”, “Big world”, “Blaze of glory”, “Laughter and lust”, “Summer in the city”, “Night and day II” o “Volume four”, fueron fundamentalmente de pop. En ellos no faltaban los toques de jazz, pero tampoco los toques latinos, funky, étnicos o incluso de petardeo discotequero filo-gay. Claro que cualquiera se dedica a confesar en una crítica de discos que el último disco que escuchó del artista data de 1981 y que de los demás sólo ha visto la portada. Mmm, “Night and day”: el título es un standard del jazz y en la portada sale un dibujo del tío tocando el piano. Esto tiene que ser jazz. “Body and soul”, lo mismo, y sale el prenda agarrando un saxo. No cabe duda.

La amplitud de horizontes del reseñador resulta apabullante ya desde el encabezamiento: Joe regresa al pop, pero quizás tarde y el jazz le ha aburguesado”. Cielos, es verdad, el jazz, género musical burgués y acomodaticio por excelencia. Que se lo digan a Charles Mingus, Eric Dolphy, Sun Ra o el Art Ensemble of Chicago. Amén de que el regreso de Joe al pop ya data de largo, pues sólo en el lustro del 94 al 99 hubo una intención de romper moldes con una serie de híbridos entre la composición clásica, el pop y otros ingredientes en aquellos discos incomprendidos que fueron “Night music”, “Heaven and hell” y “Symphony No. 1” (y que no son necesariamente peores que muchos proyectos “serios” de Elvis Costello). A ver si nos documentamos un poco más, leñe.

Claro que el final de la crítica no deja lugar a dudas, cuando se afirma que en “Rain” "Hay excelentes temas [...] en los que recupera al chico melancólico y rabioso que amamos en los 80”. Acabáramos. Conque sólo te has escuchado “Look sharp”, “I’m the man”, “Beat crazy” y lo dejaste con “Jumpin’ jive”. Bueno, no sé. Los artistas evolucionan, experimentan, buscan otros caminos. Pero lo esencial es que Joe ha seguido siendo ese “chico melancólico y rabioso” en un montón de discos de los 80 y 90. Ya sé que el público del pop es voluble, y niega tres veces a sus artistas favoritos del año pasado antes de que cante el gallo, pero ignorar casi 30 años de carrera de un intérprete muy válido sólo porque no repitió el mismo disco nuevaolero 20 veces me suena a injusticia.

Pero en fin, es prensa musical, hablando de música, lo cual, como dijo Frank Zappa, es como pescar sobre arquitectura. Sean música clásica “seria” o frivolidades pop. Así me fío yo de los que escriben en esos medios. Hablando en concreto de las revistas sobre rock, Zappa tenía una frase lapidaria aún más demoledora: “Gente que no sabe escribir entrevistando a gente que no sabe hablar para gente que no sabe leer”. También dedicó a los periodistas especializados una letra de canción sobre el asunto, pero esa ya os la contaré cuando me dé el punto soez. Que me da de vez en cuando, como a todo el mundo.

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