martes, 12 de agosto de 2008

"Ink" de Hal Duncan


Lo peor de las vanguardias (y de los tradicionalismos) es cómo se radicalizan, cómo los criterios taxonómicos se convierten en criterios de valor sin que uno se dé ni cuenta. Ha pasado en la música “seria”: si un compositor, digamos Malcolm Arnold, o incluso Paul Hindemith, queda fuera de los círculos sagrados de los innovadores de Darmstadt, se lo puede excomulgar sin problemas, sin siquiera darle una escucha. Hasta ahí llegamos, pero se puede ir un poco más allá: mientras un compositor se salte a la torera las reglas de la música “normal” y consiga irritar a las audiencias conservadoras, será bueno, punto y final. No habrá cuestionamientos que valgan, porque en cierta manera, ponerlos en duda sería dar la razón a los rancios. Da lo mismo que en la vanguardia musical haya gente mejor y peor: si lo que hacen “suena feo”, serán de los nuestros y habrá que apoyarlos.

Lo mismo pasa con todo este nuevo cine de autor oriental junto al que Antonioni casi parece Hitchcock. Es significativo que no se encontrarán críticas positivas del trabajo de Hou Hsiao-Hsien, Jia Zhang-Ke o Apichatpong Weerasethakul que no provengan del campo de los entusiastas, mientras que las críticas negativas se limitan a descalificaciones donde todo vale y que sirven de bastante poco para comprender qué funciona o no de todo este cine (ejemplo palmario sería Carlos Boyero, cuyo único argumento multiuso es el “Me aburro” de Homer Simpson y por lo cual encima le pagan).

Toda esta introducción viene a cuento de una de mis lecturas veraniegas, que ha terminado siendo más bien paradójica. Queriendo acometer la lectura de “Ink”, de Hal Duncan, continuación del complejo y controvertido “Vellum”, decidí releer este último para no perderme, para tener fresca la madeja conceptual del primer volumen. La cosa se iniciaba prometedora, porque, mirando hacia atrás, con más calma y más tiempo, “Vellum” cobraba una coherencia y una lógica interna que en su momento no le supe ver. Se veía bastante clara la relación de unos episodios con otros, la forma en que los personajes de los distintos universos se ensamblaban entre sí, la manera en que los sucesos reflejaban distintos motivos mitológicos, los diferentes planos de la narración (con la ayuda de esos diferentes tipos de letra de los que la edición española ha prescindido). La duda era si el nivel de ambición, la considerable promesa, se mantendrían en el segundo volumen.

Y ahí es donde me vienen las dudas. Si yo fuese un sectario, un propagandista dispuesto a vender a su hermana pequeña con tal de favorecer la causa de la fantasía literaria e innovadora, me sentiría obligado a ver en “Ink” la culminación de la mayor obra fantástica de la primera década del siglo XXI, un logro sin parangón, etc. Pero al César lo que es del César: Duncan es un escritor de gran talento, con pasajes que quitan el aliento, con una tremenda capacidad para dar vueltas de tuerca al concepto de los universos múltiples, con unas habilidades para la documentación que no desmerecen de las de los grandes autores históricos, incluso con un elegante sentido del erotismo que sabrán apreciar aquellos que no rechacen de plano toda mención de la homosexualidad.

Sin embargo, no he podido encontrar aquí la fascinante exposición del libro anterior, su riqueza caleidoscópica, sustituida por una mayor concentración en los personajes y las situaciones que algunos verán como un paso adelante pero supusieron para este lector un cierto retroceso. Una vez expuestas las bases en el libro anterior, el conflicto entre dos facciones de ángeles, la búsqueda del libro que contiene las bases del multiverso, la entrada en acción de las nanomáquinas que adquieren inteligencia artificial, Duncan dedica el segundo volumen al conflicto en sí, volviendo a simultanear sucesos de realidades distintas, presentando múltiples versiones de los mismos personajes, esas siete figuras arquetípicas que vienen a representar otras tantas facetas del alma humana, echando por la borda todo intento de secuencialidad y coherencia en el sentido clásico, que no podrían existir en un cúmulo de universos paralelos sin relación cronológica pero que, extrañamente, pueden influirse entre sí.

Lo que pierde a Duncan es su condición de grafómano incurable, su capacidad para escribir y escribir sobre un mismo tema, recreándose en su virtuosismo, sin reparar en que ya ha comunicado de sobra lo que se propuso decir. La primera mitad del libro, “Hinter Knights” es claro ejemplo. El montaje en paralelo entre las andanzas de Jack Flash, el agente del caos influenciado por el Jerry Cornelius de Moorcock, y la representación de una obra teatral que replantea “Las bacantes” de Eurípides en clave de Commedia dell’Arte y sangrienta tragedia isabelina al estilo “Tito Andrónico” se prolonga hasta el paroxismo, aunque se simultanee con los intentos de los dos personajes del libro anterior que ya cruzaron sus caminos en la I Guerra Mundial y la Guerra Civil Española por reescribir el Libro y de esa manera evitar la terrible historia del siglo XX que figura en sus páginas.

Mi impresión, al menos en esta primera lectura, es que Duncan es mejor a la hora de crear expectación que resolviéndola. Ya conocimos esa vena Moorcock, esa energía “punk”, en el primer libro (aunque, como pasa con todo este tipo de intelectuales rebeldes, no se dan cuenta de que la exquisitez formal está reñida intrínsecamente con el vómito), ya constatamos lo bien que Duncan sabía parafrasear textos mitológicos, su excelente uso de la ambientación histórica para sugerir realidades alternativas. El problema tal vez resida en que, una vez se ha renunciado a una progresión narrativa tradicional, sería necesario fascinar a cada momento, seducir a base de novedad, de pulso descriptivo, estilístico, y yo al menos vi agotada mi capacidad de asombro, me sentía siempre en medio de la misma batalla, observando siempre la misma situación desde puntos de vista ya conocidos.

No sé si Duncan concibió su obra de un tirón o si planeó la continuación en función de las respuestas a la primera parte del díptico. Habrá quien piense que “Ink” es una obra más comprensible y mejor enfocada, corrigiendo la dispersión de “Vellum”; otros creerán que, en la segunda parte, a Duncan se le va la olla definitivamente. No olvidemos que se trata de la primera novela de un autor ambicioso, llena de excesos como debe ser, y considerémosla en toda la medida de sus virtudes y defectos. Como proeza estilística, sostenida durante un enorme número de páginas, la novela sería ya defendible, aunque subyazca la sospecha de que su autor nos ha vuelto a vender otra vez la vieja lucha entre el orden y el caos y de que su recomplicación virtuosa huele más que un poquito a ropa vieja. El vértigo en el despliegue de una historia del siglo XX con infinitas potencialidades, con una flexibilidad casi inquietante y un constante sentido trágico, está bastante logrado, pero el exceso de prodigalidad aturde, puede dejar indiferente ante tanto ruido y furia.

Lo curioso es que al final Duncan se contradice y da un final relativamente tradicional a la historia, con un majestuoso epílogo basado en las “Ëglogas” de Virgilio. ¿Por qué acabar lo que en teoría no tenía fin? Existe una tensión no resuelta entre las pretensiones innovadoras y la necesidad de hacer encajar la obra en los moldes literarios de siempre. No recuerdo que William Burroughs cerrase “El almuerzo desnudo” con un final, feliz o del otro. Si “Vellum” e “Ink” son, más que una historia, un concepto chulo, una buena excusa para desencadenar sin cortapisas un talento literario, uno sospecha que, bajo tanta superficie en ebullición, se esconde un narrador sereno e imaginativo que puede dar muchas sorpresas. Puede que a un espíritu joven y romántico le dé rabia reconocer que hay vida después de la vanguardia, o que la vanguardia es un ingrediente más del arte, no el menú completo. A un servidor “Ink” ha estado cerca de indigestarle, pero no descarto que en una futura revisión, como pasó con “Vellum”, las piezas encajen mejor y el efecto sea más estimulante. Pero todavía tendrá que pasar un tiempo. Mientras tanto, me sigo quedando con la primera mitad.

1 comentario:

Recomenzar dijo...

Interesante tu blog, diferente.Te volveré a leer. Gracias por compartir