martes, 25 de noviembre de 2008

Compositores: Leos Janácek


Sean o no del Romanticismo, a los compositores se les suele colgar una leyenda romántica que, lo queramos o no, contribuye a su popularidad. Mozart tiene la leyenda romántica del niño prodigio sin infancia que se desquitó en su edad adulta llevando una vida de vicio y libertinaje. Schumann tiene la leyenda romántica de intentar suicidarse arrojándose al río y terminar sus días recluido en un psiquiátrico. Mahler tiene la leyenda romántica de sus premoniciones de la muerte de su hija y después de la suya propia, plasmadas mediante los “golpes de martillo” de la Sexta Sinfonía, compuesta, sin embargo, durante una de sus épocas más felices.

Porque los compositores sin leyenda romántica no se hacen populares. Eso lo supo muy bien Ken Russell, que consiguió financiación para su biografía fílmica de Tchaikovsky, “La pasión de vivir” a base de un único y pegadizo slogan: “La historia de un homosexual que se casó con una ninfómana”. Tal vez el problema cara al público de la música del siglo XX no sea tanto la dificultad del lenguaje como la falta de una buena leyenda romántica que lo “justifique”. Stravinsky no tiene leyenda romántica, ni Schoenberg, ni Bartók. En cambio Shostakovich sí: un esforzado y honesto artista luchando y resistiendo en la sombra contra la tiranía de Stalin. Así pues, hasta su obra más difícil de escuchar podrá ser “entendida” remitiéndose a tal argumento extramusical. Propongo leer atentamente todas las biografías de los grandes del siglo pasado y crear sus leyendas románticas, llenas de pasión, amores frustrados y épicas luchas contra el destino. Ya sé que va contra el sustrato ideológico del arte actual, pero un buen marketing es un buen marketing.

Una leyenda romántica a la que he aludido ya por aquí alguna vez, y que encuentro entrañable por la parte que me toca, es la del checo Leos Janácek. Nacido en las profundidades del siglo XIX, concretamente en 1854, pasó los primeros 60 años de su vida como un profesional compositor nacionalista, en la línea de su compatriota Dvorak, componiendo suites de danzas folklóricas y piezas para piano un poco de salón, y todo hace suponer que si se hubiera detenido ahí no sería más famoso hoy en día que, por ejemplo, Novak o Fibich.

Sin embargo, el encuentro con una mujer casada 35 años menor que él, una tal Kamila Stosslova, propició una transformación en su trabajo, una catarata de obras de un lenguaje renovador en lo armónico y rítmico que apenas se había insinuado en su medio siglo precedente: la “Misa glagolítica”, la “Sinfonietta”, los dos cuartetos de cuerda, óperas como “La zorrita astuta” o “El caso Makropoulos”, composiciones de cámara como el “Concertino”, el “Capriccio” o "Mladi", incursiones pianísticas como “En las brumas” o la “Sonata 1.X.1905”. El hecho de que Kamila nunca cedió a los requerimientos carnales del anciano don Leos y se limitó a contestar sus cartas (que ya es ir más allá que muchas) confirma mi teoría de que el menor nivel creativo del tiempo que vivimos se debe al mayor grado de satisfacción sexual de la población. Dicho de una manera burda pero eficaz, quien folla mucho no necesita crear arte, no necesita sublimar esos deseos reprimidos.

Si algún escéptico duda del atractivo que puedan tener hoy en día las obras de Janácek, sólo necesitaría recordar que Emerson, Lake & Palmer versionearon el inicio y final de la “Sinfonietta” con el título “Knife edge”. Ahí están ya los ritmos fuertes y obsesivos, que son sólo una parte del estilo del compositor checo, pero dan una idea de las emociones que se pueden encontrar si se investiga más. ELP, para el tipo de público que yo busco, deberían ser garantía de calidad, no en vano se interesaron también por otro grande mucho menos conocido, Alberto Ginastera.

También podría considerar la música de Janácek como el mayor atractivo, junto a las localizaciones praguenses, de la adaptación al cine de “La insoportable levedad del ser” de Kundera. Pero me olvidaría injustamente de Juliette Binoche, que sólo ha estado verdaderamente guapa ahí y en “Rendez-vous” de André Téchiné. Después ganó en capacidad actoral pero perdió prematuramente aquella chispa mágica de atractivo, como también les pasó a Shirley MacLaine o a Bernadette Lafont. Pero en su momento mirarla le hacía sentirse a uno como Janácek con Kamila. Por eso Janácek, sea o no fiable esta leyenda romántica, es, aparte de un genio musical, el verdadero santo patrón de todos aquellos que tenemos ciertas ínfulas creativas pero a quienes se nos pasa el arroz cosa mala.

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