sábado, 22 de noviembre de 2008

Compositores: Paul Hindemith


Hay veces en las que, cuando se te cuelga una etiqueta, por las razones que sean, nada de lo que hagas te servirá para librarte de ella. Ese fenómeno es lo suficientemente malo en la vida de todos los días, pero, cuando se produce en los ámbitos de la cultura, es posible que se siga arrastrando el sambenito después de muerto, durante años, décadas o incluso siglos.

Le pasó a Salieri por culpa de Pushkin, que escribió el drama original de su rivalidad con Mozart y fijó el estereotipo de mediocridad, envidia y traición que luego reciclaron Peter Shaffer y Milos Forman. Y le pasa también al grupo de compositores considerados a priori aburridos, sobre todo para quienes nunca los han escuchado. Por ejemplo, Max Reger y Paul Hindemith.

Y de todas las etiquetas, les tiene que tocar precisamente la de “aburridos”, es decir, la menos informativa de todas, pues se refiere a la reacción subjetiva de una persona que quizá encuerte apasionante observar el crecimiento de una planta o se duerma en el suelo viendo escenas de vampiros peleando contra hombres lobo sobre los tejados de París.

Mal asunto para Hindemith terminar considerado un plomo, dado que sus inicios fueron de niño terrible y provocador, como evidenciaban los títulos y argumentos de sus primeras óperas. No contento con poner música a un extravagante libreto del pintor Oskar Kokoschka, “El asesino: esperanza de las mujeres”, Hindemith se decidió, en “Sancta Susanna”, a contar la pasión sexual de una monja hacia la figura de Cristo crucificado.

Claro que, a la postre, para lo único que le sirvió todo esto a nuestro autor fue para ser uno de los pocos creadores arios incluidos en el índice inquisitorial nazi de la “Música degenerada”, y para tener que poner pies en polvorosa hacia los Estados Unidos pese al apoyo de Wilhelm Furtwängler. Se da por supuesto que no fue por motivos estéticos, ya que Hindemith, devoto del contrapunto y amigo de componer obras “prácticas” que pudieran ser interpretadas por el aficionado medio, defendía una armonía tonal renovada y rechazaba el dodecafonismo de Schoenberg, lo cual le ha valido cerca de un siglo en la lista negra, si es que no está en ella aún.

¿Por qué se supone que Hindemith aburre? Quizá porque, pese a utilizar medios instrumentales y orquestales clásicos, su concepto personal de la modernidad impide que los oyentes más conservadores vean en sus piezas melodías al viejo estilo, y favorece que se pierdan en contrapuntos laberínticos llenos de disonancias. Pero, por lo que a mí respecta, es raro que una obra de Hindemith me defraude, porque supo trasladar a la estética del siglo XX el concepto barroco de “la obra bien hecha”, y porque su energía motórica, su sabiduría instrumental, su inspiración melódica y armónica, mantienen un nivel más que aceptable hasta en las composiciones menos interesantes.

Para mí, Hindemith representa el camino que pudo haber seguido la música alemana de no ser por la debacle del Tercer Reich, tras la cual se demonizó el romanticismo postwagneriano y se instauró la dictadura de los doce tonos. Hindemith, junto a gente como Krenek, Schulhoff, Ullmann y demás defenestrados de la “Entartete Musik”, tenía en sus manos la síntesis entre la gran tradición germanica de los Beethoven, Brahms y Schubert, los aires de renovación del neoclasicismo stravinskiano, el jazz y la frivolidad de los años 20, y el expresionismo que empezó a presagiar Mahler. Pero la historia lo convirtió, como a Martinu, en una “rara avis” exiliada, en un profesor de música con acento raro a quien le estrenaban las obras para hacerle un favor, pero a quien la historia del arte no tomaría en serio.

A mí me gustan bastante las “Kammermusik”, las sinfonías “Matías el pintor”, “Serena” y “La armonía del mundo”, las “Metamorfosis sinfónicas sobre temas de Weber” y “Nobilissima visione”, sus sonatas para piano solo o para piano acompañante y todos los instrumentos de la orquesta, y esa curiosa suite de miniaturas pianísticas, casi impresionistas, que se llama “En una noche... sueños y experiencias” y que rompe con la imagen del contrapuntista severo de los “Ludus tonalis”. Por lo demás, habrá quienes lo encuentren un autor frío y se sientan con derecho a despreciarlo, dado que los popes de la vanguardia también lo hacen. Pero lo repito de nuevo: hasta sus obras menos inspiradas poseen un nivel de oficio, un apunte de posibilidades desperdiciadas por sus sucesores, que las hacen defendibles. Claro que a Schoenberg o a Webern nadie les pide entretenimiento, mientras que, en cambio, a Hindemith sí.

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