domingo, 8 de marzo de 2009

VI Muestra de Cine Fantástico, segundo día


Cómo se nota el hambre atrasada. Cuando el cine fantástico, por diversas razones, desaparece de tu vida cotidiana, llama la atención cómo se sacan fuerzas de flaqueza para ver cinco películas seguidas sin casi mostrar síntomas de cansancio. Yo que sé, es como si a mi amiga Carola, que estuvo conmigo en la cuarta peli, se le cruzaran los cables y se me entregara cual víctima para el sacrificio. Sería la noche entera sin dormir, oigan.

Fue una pena no estar en la sesión inaugural con el preestreno de “Watchmen”, siquiera por ver las similitudes y diferencias con “20th century boys”, de Yukihiko Tsutsumi, que también se basa en un afamado tebeo, en este caso nipón, y que también tiene una estructura fragmentada en “flash-backs”, un apocalipsis inminente y una reunión final de personajes separados por la vida. Quizá terminen ahí las similitudes, aunque, puesto que tengo el cerebro tatuado con la obra de Moore y Gibbons desde hace unos 18 años y en cambio desconozco del todo el manga adaptado en la peli, pues vaya usted a saber.

En todo caso, lo que salta a la vista de la peli, y lo que la puede hacer disfrutable si la ves con buena voluntad, es su frikismo absoluto en ambientación, caracterizaciones y actuaciones, un frikismo que tal vez sea lo que los japoneses ven normal y convencional, pero que a nosotros nos cobra visos de documental antropológico sobre los habitantes de otro planeta. Fijaos que incluso el anuncio antipiratería que prohíbe grabar la sesión con videocámaras, que se coló en la sesión junto con el tráiler de otra peli estilo manga llamada “K-20”, resultaba curioso y simpático, cualidades del todo ausentes de ese enojoso subgénero en su versión occidental.

Cuando una serie de atentados empieza a corresponderse exactamente con una ficción apocalíptica creada por una pandilla de escolares, los miembros de ésta, llegados a la edad adulta, vuelven a unirse para detener la cadena de desastres y averiguar la identidad del misterioso “Amigo”, líder de una secta que parece estar detrás de todo. Como siempre que se adapta una serie con pinta de ser bastante larga, la labor de condensación no ayuda a la claridad de la historia, y si a esto le unimos limitaciones presupuestarias evidentes (el supuesto robot gigante que aparece al final habría provocado espasmos de indignación a Go Nagai), nos quedaremos al final con una peli más de partes que de todo, extensa y más bien fatigosa, que gustará en la proporción que uno sea fanático de todo lo japonés (¿yo lo soy? Tal vez...). Sea como fuere, la evocación de la infancia setentera de los niños, con los colorines de peli casera caducada, las bicis con cambio de marchas, los posters de novelitas eróticas en el quiosco o el chico que corre descalzo siguiendo los pasos de Abebe Bikila, me parece inmensamente preferible a la totalidad de “Las vírgenes suicidas” de Sofia Coppola (y ya que estamos con las bicis con cambio de marcha, me viene a la cabeza la persecución con las BMX en “Eden Lake”, vista anteayer, y la alargada sombra del gran clásico que fue “Los bicivoladores”, con Nicole Kidman).

Tuvimos a otro japonés tras la cámara en “El vagón de la muerte” (videoclubero, o peor, telefilmero título para “The midnight meat train”). Nueva adaptación para la gran pantalla de Clive Barker, quien, sin alcanzar nunca las cotas de éxito fílmico de Stephen King, nunca se rinde del todo, su gran baza es una realización espectacular y virtuosa, amén de la inolvidable presencia del ex futbolista y actor emblemático de Guy Ritchie, Vinnie Jones, que dota de otro empaque al personaje imaginado por Barker y permite llevarlo sin problemas al territorio de la brutalidad. El problema reside en que, para alcanzar la duración de un largometraje, se haya expandido la narración breve mediante mecanismos bastante convencionales que los cineastas no se molestan demasiado en camuflar. Sabemos bien pronto todo lo que sucederá, pero las escenas de tensión y de violencia están irreprochablemente resueltas y en ocasiones dejan con la boca abierta (recordemos si no el plano desde el punto de vista de una cabeza arrancada o el travelling circular en torno al vagón ¡en movimiento! donde el protagonista y el matarife pelean). Recordemos que Ryuhei Kitamura fue el tipo que rodó aquella panorámica vertical de 360 grados en “Azumi”, que lleva tiempo ocupando el primer puesto en mi lista de Planos Molones de Encantador y Gratuito Virtuosismo Técnico. A los amargados que vienen a estos festivales a ponerlo todo a parir, que consideran toda obra literaria un texto sagrado y cuyo ideal de realización fílmica es la corrección elegante y reprimida de Terence Fisher, no les habrá hecho mucha gracia esta película, pero a mí, en estos tiempos de “survivals” chapuceros y guarrería visual, este juguete vistoso y salvaje me supo a gloria bendita. No me puedo explicar que vaya a ir directa a vídeo.

A continuación, “Surveillance” de Jennifer Lynch hizo un poco la función que debió haber hecho “Death proof” en la versión de cuatro horas de “Grindhouse”, mostrando el interesante contrapunto que puede ejercer un ritmo pausado después del paroxismo (aunque el ritmo heavy según Kitamura está mucho más conseguido y no llega a saturar, al contrario que el de “Planet terror”). Historia de asesinos psicópatas en la carretera con ciertos toques de “Rashomon”, conductas malsanas por doquier, Michael Ironside (cuyo nombre en los créditos iniciales suscitó aplausos en la platea) y un decadente Bill Pullman que casi podría haber hecho de Budd en “Kill Bill”, “Surveillance” es una singular e inquietante peli policíaca a la que pocos habrían encontrado toques “lynchianos” si Jennifer no fuera quien es, y que seguramente perderá enteros pasada la sorpresa inicial. No inventa la pólvora, pero como película de medianoche para ver con la cabeza medio trastornada, nostalgia de “Twin Peaks” y un paladar especial para las psicologías aberrantes, el humor negro, el sexo sucillo, los crímenes porque sí, las niñas demasiado inteligentes y las composiciones en scope con interminables perspectivas de carretera, campos de trigo y ríos, todo ello saturado de color, “Surveillance” cumple con creces su función.

La peli estrella del día fue sin duda “Déjame entrar”, la sorpresa nórdica de Tomas Alfredson que, en esta época de confusión genérica entre los zombis, los vampiros y los indios del “western”, se atreve a combinar el vampirismo clásico de toda la vida (esos chupasangres bien educados que no podían entrar en casa de un desconocido sin que les concedieran antes el permiso) con la larga tradición escandinava de películas juveniles sobre adolescentes inadaptados enfrentados a los problemas de crecer (precisamente fue gracias a una de ellas, “Mi vida como un perro”, que Lasse Hallström pudo dar el salto a Hollywood). Ese ambiente frío de nieve constante, esas gamas cromáticas del vestuario y la decoración, ambientados en algún lugar de los últimos 70 (aunque uno se pregunta si realmente el single de Per Gessle, futuro componente del dúo Roxette, data de aquellos años), esos jóvenes actores protagonistas que saben comunicar todo el romanticismo y toda la sensibilidad de la agridulce historia, esa manera tan desacostumbrada, tan cotidiana, tan “normal” de mostrar la violencia y la crueldad (una cuestión de tono, muy difícil, si no imposible, de reproducir en el inevitable remake “made in USA”), ese juego constante con las posibilidades compositivas de la pantalla panorámica, esa poderosa impresión de originalidad pese a que en ningún momento sintamos la típica ostentación de querer ser diferente o novedosa, esa moralidad oscura y ambigua y esas secuencias de terror secas, simples y eficaces (pese a alguna animación por ordenador un poco cantosa), son algunos de los elementos que hacen de "Déjame entrar” el segundo título imprescindible de la Muestra, aunque por razones muy diferentes a las de “Martyrs”. Vaya, que, para ser el único título de la programación al que traje a Carola, elegí bien.

Después de esta “delicatessen” con olor a clásico instantáneo (ya que uno va a escribir tópicos, que vengan a pares), “Splinter” fue un descenso a la cruda realidad diaria del género terrorífico. Película de monstruos con un curioso concepto de la criatura, que tampoco resultará tan nuevo a los devotos de “La cosa” de John Carpenter, sus posibilidades se van diluyendo poco a poco gracias a: 1) Los típicos personajes estereotipados, que encima, debido a ser sólo dos, reducen el factor de entretenimiento de un amplio reparto de secundarios penosos como alimento para la bestia. Unos personajes, como se podrá imaginar, muy bien creados, y valga como ejemplo el despiadado atracador que en el fondo posee tan buen corazón que regalará todo el botín de sus robos a la viuda de una de sus víctimas y que se hace amigo de los protagonistas a raíz de que lo ayudan a amputarse un brazo... 2) El presupuesto inexistente. 3) El estilo de cámara y montaje, encaminado a ocultar lo paupérrimo de los efectos pero que tiene el desagradable efecto secundario de impedir que el espectador sepa lo que ocurre en cada una de las escenas. Vamos, que “Eden Lake”, al lado de esta, es la majestuosidad de Max Ophüls. 4) La flojísima dirección, incapaz de crear tensión dentro de cada escena, como si el ritmo se creara solamente a base de cámara y montaje y las actuaciones de los actores no tuvieran nada que ver. Para algunos los actores lo son todo, y para otros no son nada, sin término medio. Qué triste.

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