sábado, 31 de octubre de 2009

Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XLIII)


Flowers, que vivió varios años en Hamburgo y por tanto domina a la perfección la lengua teutónica, traba amistad con Werner Wehrmacht, prestigioso cineasta alemán especializado en la captación sobre celuloide de la agonía de los ancianos, que está presentando en Ciudad Centro su último film, “Trueno sobre la laguna”, en el cual mueren 132 abuelos y abuelas. Werner, muy interesado por los poemas de Carla, accede a publicarlos en su editorial a cambio de que Flowers se quede con Sandrine, la novia francesa del director, que ya está harto de ella y de las arias de ópera que canta a todas horas, incluso durante el sexo. Sandrine es guapa, pálida, de belleza tísica, y Flowers, en el desorden físico y mental en el que vive, resuelve violarla al instante, siguiéndola cuando ella se levanta para ir al servicio. Colándose tras ella, la acorrala y desgarra sus ropas, pero ella opone una resistencia titánica, incluyendo spray en los ojos y aguja clavada en los testículos, de modo que Flowers saca su pistola con silenciador y le descerraja un tiro por la boca. El trato con Werner, pues, se rompe, y media hora después, cuando Flowers ya se ha ido, al contemplar el cineasta el cadáver de Sandrine y sus sesos sobre las baldosas del baño, comprende que siempre la amó y jura venganza.

En una lejana isla del Pacífico, el vientre gestante de Irina aumenta su volumen de modo desproporcionado, mientras Orlando atiende a sus caprichos. Dios, gracias al amor y al sexo con Gretchen, cuya belleza también ha aumentado hasta el punto de que los jóvenes más sensibles del poblado mueren con apenas mirarla, vive feliz y delira: el cielo es rosado y varias especies de peces salen del agua y evolucionan a marchas forzadas hacia la inteligencia.

En una entrada trasera de la mansión Valli, Vernon saluda a la doble de Ilsa con un beso en los labios, lo cual provoca los celos de Moshé Shalom. El mayordomo, tras hacer el amor con la mujer, la ayuda a colocarse el incómodo traje del Doctor Misterio. Pero, al franquear ella el umbral del laboratorio, Bungle, evadido de su jaula, desliza sobre su cuello y aprieta un lazo de alambre. Vernon, que va a intervenir, es detenido por Moshé.

(Continuará)

domingo, 25 de octubre de 2009

Ascendiendo al Parnaso


Esto no puede ser una reseña en condiciones de “El Imaginario del doctor Parnassus”.

Hablar ahora de la película, a las pocas horas de haberla visto por primera vez, se nos antoja precipitado habida cuenta del bombardeo de ideas y sensaciones que nos ofrece Terry Gilliam, cuyo cine, por definición, necesita un mínimo de dos o tres visionados para empezar a revelar la coherencia que tiene escondida en el fondo. Esa es la razón por la cual sus películas no suelen funcionar en taquilla y el boca a oreja suele ser malo: los espectadores no saben qué hacer de buenas a primeras ante semejantes exhibiciones de locura creativa y barroquismo.

Quizá se haya hablado más de “Parnassus” que de otras películas recientes de Terry, pues su rodaje se vio afectado por la muerte súbita de uno de sus actores principales, Heath Ledger, lo cual vino a alimentar esa exagerada leyenda que quiere ver al director de “Brazil” como el maldito por excelencia del cine actual, perseguido por el infortunio y las calamidades. Se me permitirá no estar de acuerdo: un cineasta maldito no llega nunca a rodar diez largometrajes, y, si llega a rodarlos, no los estrena. Admito que se trata de una carrera accidentada, repleta de proyectos nunca realizados, pero ya quisieran muchos cineastas ser igual de “malditos” en lo que a filmografía se refiere.

El problema que me surge ahora, al añadir este epílogo de actualidad a mi ciclo veraniego, es por un lado mi escaso conocimiento de la película (habrá detalles que no se me hagan evidentes hasta la tercera o cuarta vez) y por otro el hecho de que la película está en cartel y no hay que destripársela a los posibles lectores. Así pues, se hará necesario repasarla a vuelapluma. Llama la atención que estemos ante el primer guión original de Gilliam desde la debacle del “Barón Munchausen”, y que en cierto modo se retomen temas y motivos de ésta filtrados por la experiencia de casi 22 años. Un anciano casi inmortal que encarna el poder mágico de la narrativa, pero que ahora aparece ajado y alcohólico, una niña vivaracha que ahora es una apetecible jovencita hija del anciano, y el diablo reemplazando a la muerte. Sin embargo, el tratamiento de la historia es más complejo y adulto en prácticamente cualquier nivel, con unas capas adicionales de significado que abarcan el sórdido mundo real como no se hacía en la película anterior.

En una película sobre la imaginación como el campo de batalla donde se define el destino de las personas, no está de más incluir la manera en que la ilusión puede ser utilizada para ganar influencia y poder. El personaje de Tony es, pues, una novedad significativa en el cine de Gilliam, que no ha solido favorecer lecturas sociopolíticas más allá de trazos en ocasiones un poco gruesos. El contrapunto entre esta misteriosa figura, antiheroica y arribista, el drama fáustico de Parnassus, obligado a ceder su hija a Satán, y un despliegue de imaginación más desmadrado que de costumbre, da a la peli un sabor único, una textura abigarrada que, mal que les pese a los neocahieristas, seguirá ofreciendo atractivos cuando ya nadie recuerde quiénes eran Nobuhiro Suwa o Apichatpong Weerasethakul.

Como siempre, Gilliam va a la contra: mientras la mayoría de cineastas que utilizan los efectos 3-D lo hacen para ofrecer un sucedáneo fiel de la realidad, él se lanza a un concepto no realista de la imagen informática que los ignorantes desdeñarán como “malos efectos” pero que no hace sino regresar a la estética y la intencionalidad de aquellas animaciones salvajes con que nuestro amigo solía realzar el universo caótico del “Monty Python’s Flying Circus” (de hecho, creo que estamos ante la obra más pythoniana de Gilliam en mucho tiempo, como atestiguan el número musical sobre los policías violentos o Andrew Garfield caracterizado como señora gorda; y sin embargo la seriedad subyacente está a años luz del espíritu juguetón de Python: no sé muy bien qué es exactamente “Parnassus”, pero una comedia, no lo es).

No es fácil dar una visión resumida de esta película, cuyos 120 minutos están bastante bien aprovechados: este cruce entre el Gilliam fantasioso de la primera época y el Gilliam más decadente y sórdido de la segunda hierve casi literalmente con ideas a veces contrapuestas. El poder de imaginar y narrar, aun con su facultad de mantener el mundo en existencia (ya se sabe que las primeras historias fueron los mitos de la creación) parece ser también una actividad de alto riesgo capaz de hacerte caer en los abismos; el bien parece estar más cerca del mal de lo que parece (Parnassus es un mercachifle de feria, pero también lo es el diablo, Tom Waits en su mejor papel fílmico hasta el momento y cuya caracterización remite por momentos al Doctor Diabolo que interpretó Burgess Meredith en la producción Amicus “Torture garden” de Freddie Francis); lo etéreo y casi cómico de los paraísos estilizados visitados por quienes usan el Imaginario contrasta con una Inglaterra deleznable de borrachuzos sin modales, policía brutal, mafias del Este campando a sus anchas, pijas cursis y frustradas y pícaros de siete suelas medrando gracias a un despliegue de falsa solidaridad; la evocación de las filosofías orientales convive codo a codo con el music hall decimonónico, con una parodia de la modernidad estética cuyo resultado es bastante ochentero y con los ecos inmemoriales de la mitología clásica, de Fausto o el Flautista de Hamelín. Gilliam es el sincretismo en persona, y supongo que a alguno esto le seguirá pareciendo el mismo batiburrillo de siempre, pero la adición de los sentimientos filiales de Parnassus hacia su hija, puesta en peligro una y otra vez en cada empresa descabellada (¿tal vez una alusión al gusanillo irrefrenable de un cineasta por lanzarse de nuevo a la aventura insentata, y financieramente arriesgada, de un rodaje?) dota, como de costumbre, de un corazón, de una base arraigada en la tierra, a lo que de otro modo sería una centrifugadora de delirios y extravagancias.

Gilliam, por fortuna, no conoce la moderación, ni narrativa ni visual (aunque esta vez no se ven tantos grandes angulares como suele ser su norma), y nos sirve una película desconcertante y trepidante, pero su destino es seguir manteniéndose en una tierra de nadie, a igual distancia del frenesí palomitero de los Michael Bay y compañía (demasiadas pretensiones, demasiada complicación y ambigüedad) y el cine serio “de autor” (demasiado gusto por el exceso, demasiadas pocas ganas de serenarse en plan “viejo maestro”). Gilliam, como decía Ortega y Gasset de Debussy, seguirá siendo “radicalmente impopular”, pero debemos sentirnos contentos de tener todavía entre nosotros a un cineasta tan inclasificable, tan loco, tan creativo, tan versátil, capaz de hacer llegar a las pantallas, cada tres o cuatro años, unas raciones de arte tan densas y a la vez tan entretenidas. Próxima estación, cruzando los dedos: “El hombre que mató a don Quijote”, ahora sí.

Pero, de todas maneras, esta no fue una reseña en condiciones de “El Imaginario del doctor Parnassus”. Para eso, habrá que esperar, verla otra vez, otras dos, otras tres...

sábado, 24 de octubre de 2009

Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XLII)


Desde su mazmorra del Castillo de Mármol, Takeshi capta los signos de la rebelión que agita la sede del reino. Incluso, a través de una minúscula claraboya, le es dado observar las incidencias sobre y en torno al patíbulo. Su vista privilegiada, entrenada en un resguardado monasterio de la isla de Hokkaido, llega a distinguir la trampilla fatal abriéndose bajo los piececillos del 36 de Pamela; su oído no menos prodigioso capata durante un microsegundo el grito postrero de la muchacha. Y decimos “durante un microsegundo”, pues en el mismo instante fatídico la puerta del calabozo se abre para dejar paso a una turba supersticiosa ansiosa de desembarazar al país de un extranjero tan inusual que no es descabellado suponerlo portador de un mal de ojo insidioso y rasgado. Ha sonado la hora del grito, el salto, la patada, el golpe con el canto de la mano, la postura del dragón ilegible para adversarios incautos e incultos a fuerza de habitar un universo paralelo.

En la alcoba del Andrógino, las ratas se han abalanzado sobre él/ella, cubriendo por entero su cuerpo, mordiéndolo y segregando en cada mordedura un fluido verde y viscoso.

Magullado y cubierto de sangre, pero victorioso, Takeshi cojea hacia el patíbulo en mitad del patio, tras sortear en el interior escenas de violencia y pillaje sin cuento. Los guardianes han sido aniquilados, del cadáver de Pamela no hay ni rastro.

(Continuará)

sábado, 17 de octubre de 2009

Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XLI)


En la comisaría de Ciudad Centro que tan bien conocemos, la práctica totalidad del personal hace el vacío a Berta, quien apenas se entera, viviendo como vive en una nube gracias a su paradisíaca relación con el falso inspector Tanner. Sin ir más lejos, la noche anterior, cuando éste desplegó no se sabe de dónde un manojo de adorables tentáculos rosados y prodigó con ellos a Berta una sucesión sin fin de caricias enloquecedoras en todos sus orificios corporales. Sublime, precioso. Inmune al desdén y a la envidia, Berta desliza en cada uno de los informes criminales que teclea palabras del vocabulario sexual, que es también el del amor, pues semejante quimera, al menos para ella, existe. Pero el falso Tanner, que ya ni siquiera se afeita y cuya barba presenta un leve tono verdoso, mira con frecuencia nerviosa por la ventana, como esperando ver llegar a alguien.

Entretanto, el verdadero Tanner prosigue su narración, aparentemente muy larga, sobre su relación fatal con Ada, llegando a cómo ambos ahogaron en su bañera a Eva Valli, la madre de Boris, acto que, según ya sabemos, provocó a este último, testigo involuntario, serios traumas que arrastra aun hoy en día. Boris querría vengarse, matar a Tanner, pero tanto el asombro como su padre, Bertrand, lo mantienen inmóvil, sin habla. De repente, una ráfaga de tiros quiebra el silencio, alcanzando en cuatro ocasiones al infortunado inspector. Es la Milicia Arácnida. Boris y Bertrand deberán vender cara su vida.

Dentro de una habitación vigilada por otros milicianos arácnidos y situada en la finca de Arcadia, Ada se exhibe en todo su esplendor ante Tobías, también desnudo y rojo de vergüenza desde los pies hasta la cabeza. Tras entusiastas carantoñas de Ada con manos, pies, pelo y pechos, el pene adolescente de Tobías se levanta a su pesar, pero, al primer contacto manual de Ada sobre él, la eyaculación sobreviene. Los guardias, que juegan a las cartas sobre la mesilla de noche en el mismo cuarto, no hacen el menor comentario.

Mientras, enterado de un nuevo viaje de Geller Bach a Bayreuth, Moshé Shalom allana la morada del compositor en busca de evidencias incriminatorias. No encuentra gran cosa, pero en el cuarto de Vera algo le llama la atención, quizá sepamos por qué: unas páginas autógrafas de música. De vuelta, Moshé vuelve a advertir, mira que es casualidad, a la sosias de Ilsa, y cede al impulso perverso de seguirla. Tres cuartos de hora después, ambos se aproximan a la mansión Valli.

(Continuará)

sábado, 10 de octubre de 2009

Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XL)


Pedro Arteaga, aprovechando sus conexiones con la policía, en concreto con Tanner y Malou, a quienes ayudó a resolver el caso del violinista virtuoso que estrangulaba a cuatro mujeres de diferentes edades con cada una de las cuerdas de su Stradivarius antes de cada aparición en concierto, Pedro Arteaga, como dijimos, visita en la cárcel a Casto, el violador de Bárbara, a fin de recrear su carácter en la primera ópera basada en una crónica de sucesos. Pero Casto, beatífico, no suelta palabra; tan sólo escucha disco tras disco con música del Niño con Peluca, marcando el compás con el pie.

En otra dimensión, una turba de campesinos y artesanos degüella a los guardias del Castillo de Mármol. Las antorchas desfilan por los pasillos nocturnos. Bajo los efectos de un liquen alucinógeno que sólo crece sobre las lápidas de los bebés muertos en la cuna, el Andrógino se ve, en el espejo que ocupa todo el techo de su alcoba, dividiéndose en su mitad femenina y su mitad masculina. Ambas son perfectas en lo corporal, si bien sus rostros son monstruosos. Contemplando extático cómo sus reflejos divididos emprenden la unión carnal, el Andrógino da la orden de ejecutar a Pamela al instante, coincidiendo con el trascendente evento. Sin ser advertidas, dos o tres ratas trepan, como avanzadilla, sobre el lecho del monarca. Takeshi, sin esperanza pero nunca desesperado, practica el tai chi en su celda, abstraído por completo del universo. Conducida por sus guardianes, a Pamela le parece levitar hacia el cadalso. Observa junto a la horca una guillotina, y se pregunta si deberá elegir entre ambas. El verdugo le venda los ojos y la besa en los labios, para hacerle probar la Tintura del Olvido con que todos los verdugos recubren su boca antes de actuar. Sintiendo el collar de cáñamo sobre su cuello, el cual, una vez muerta ella, será seccionado para conservar su cabeza, Pamela ve regresar su visión del hombre negro tendiéndole la mano. Lo vemos bien, es Papa Vendredi.

(Continuará)

sábado, 3 de octubre de 2009

Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XXXIX)


Flowers, con Ramón como secretario, se patea todas las editoriales de Ciudad Centro, con el objeto de publicar los poemas de Carla, que ha hecho copiar a máquina por su hercúleo acompañante y registrar en la Propiedad Intelectual mediante un carnet falso, pues huelga decir que uno verdadero no está disponible. Después, los originales vuelven al abrigo de pieles, pues Carla ha de mantenerse en la ignorancia, humillada y maltratada, como mandan los cánones del oficio. Pero las editoriales no prestan excesiva atención a cuanto puedan ofrecer unas obvias figuras del lumpen, de ahí que Flowers, de por sí bruto y además obseso, emplee con los editores violentos métodos de persuasión que siembran la sangre y el terror, tan desacostumbrados en las comúnmente idílicas sucursales del Parnaso.

Malou, triste por la desaparición de su gata Foxy e inquietado por las cartas mitad elogiosas mitad amenazantes que recibe en la casa editora de su tebeo porno nazi, recibe el encargo de apresar a Flowers y poner fin a las agresiones.

Mientras, el tórrido idilio entre Berta y el falso Tanner es escandalosamente público, y el prestigio del inspector va decreciendo de forma paulatina.

Pero el mayor foco de atención, tanto en la comisaría como en cualquier otro sitio, es el hallazgo de los restos calcinados de Jason Michael en su mansión desierta. Miles de fans del cantante se suicidan de variadas maneras en todo el mundo nada más conocer la noticia.

En cambio, el ex suicida Buster decide armarse de valor y rescatar a Carla.

Absortos en la confesión del verdadero Tanner, Boris y Bertrand, privados del socorro de Franz, perdido en las galerías del Santuario, no reparan en que la Milicia Arácnida los rodea, armada hasta los dientes...

(Continuará)