lunes, 29 de marzo de 2010

VII Muestra Sy Fy de Cine Fantástico, cuarto día


Como espectador, siempre he sido de los de ver el vaso medio lleno y no medio vacío. Esa es la razón por la que, al final de la Muestra Sy Fy, mi balance es más positivo que el de la media de espectadores. Me está pareciendo que vivimos una época en la que personas que no saben lo que quieren van por la vida con enormes expectativas, sin reparar en la contradicción interna. Yo, en cambio, tengo razones para salir contento, lo cual ya es demasiado en un festivalillo en el que, como fiel reflejo del estado de las cosas, hemos tenido una secuela, un remake y la secuela de un remake. Por lo pronto, nunca hubiese tenido la oportunidad de ver, o incluso ni siquiera hubiese oído hablar, de películas como “Cargo”, “Amer”, “Summer wars” o “The disappearance of Alice Creed”. Por otro lado, no me hubiese dado la gana de ver otros títulos de salida segura por lo menos en DVD, como “The crazies”, “The children” o “The descent 2”, que ahora, por diversas razones positivas o negativas, no me arrepiento de haber visto. Aparte de todo esto, ese fugaz sentimiento de comunidad con personas a las que ves en una sesión tras otra, con las que a veces charlas y comentas la jugada, hace bastante por aliviar ese sentimiento de soledad que sentimos los que nos desenvolvemos normalmente en ámbitos donde la más mínima concomitancia con lo friki suele verse como indicio de desorden mental, inmadurez o psicopatía latente.

Algo que veo curioso es el batiburrillo de elementos dispares que suelen configurar la programación. Tiene que haber, como mínimo: una o dos en plan casquería; una japonesa o coreana, a ser posible de acción; alguna de animación; por lo menos algún fantastique de arte y ensayo para los paladares más finos como el de un servidor; alguna de ciencia ficción más o menos clásica; alguna tirando más a lo indie. No sé qué imagen se puede dibujar conectando estos puntos; probablemente la de esa “modernez” que tanto fustiga Carlos Boyero como si de la conspiración judeomasónica se tratara y a la que me siento orgulloso de pertenecer a pesar de unos cuantos compañeros de viaje un poco dudosos.

Este año el toque indie lo quiso dar “Cold souls”, de Sophie Barthes (ignoro si hay relación familiar con el papa del estructuralismo, aunque cosas más raras se han visto), una clara imitación de los temas y formas de los guiones de Charlie Kaufman, aunque más pobre en casi cualquier nivel. El concepto de la pérdida del alma y sus ramificaciones no suele despegar por encima de chistes malos a lo Woody Allen en plan “No quiero que envíen mi alma a New Jersey, y no es capaz, en hora y media, de superar el nivel intelectual del episodio “Bart vende su alma” de “Los Simpson”, que dura veintipocos minutos. Me confieso más bien incapaz de captar el carisma como actor protagonista de Paul Giamatti (aunque la para mí desconocida Dina Korzun estaba francamente bien como actriz y como mujer), y me descorazonó ver lo gorda que se ha puesto Emily Watson. La melancolía rusa, plasmada en esa fotografía de colores fríos, tiene su aquel, pero el nivel de ingenio es bajo en la comedia, así como el de intensidad en el drama. No se llega al nivel abismal de otros pseudo-Kaufman recientes (mi bestia negra particular es “Extrañas coincidencias” de David O. Russell), pero aun así esta “Cold souls” me parece muy de andar por casa, poco trabajada y poco sorprendente, este último pecado imperdonable para el tipo de obra que aspira a ser.

Da que pensar que, en una muestra de cine fantástico, una de las cumbres, o para algunos la cumbre, haya sido una película que no es de género. Hombre, uno podría argumentar tramposamente que los temas de aislamiento del exterior, de creación de una realidad cerrada y alternativa, que se tratan en la griega “Canino” son bastante vecinas al universo de la CF. También podría afirmarse, de un modo menos pretencioso, que es una película muy friki y casa bien en un festival friki. Sea como fuere, el mérito de hacer vendible una obra tan de arte y ensayo al mismo público que dejó por los suelos una maravilla como “Amer” reside en el conocimiento íntimo que tiene Yorgos Lanthimos de los resortes que hacen triunfar y ganar renombre internacional al cine artístico desde los tiempos de Antonioni, Bergman, Fellini o Bertolucci. Es decir, erotismo y morbo. Esas escenas softcore con preciosísimos encuadres, protagonizadas por jovencitos con maduras o por hermanos practicando sexo entre sí serán vistas por algunos, a buen seguro, como provocaciones gratuitas, pero las veo bien integradas en la lógica interna del discurso, que busca demostrar cómo la búsqueda de la pureza mediante la negación del mundo exterior sólo engendra perversión y decadencia. No sólo la película es una lección de cómo crear significado y dinamismo interno mediante una inacabable sucesión de planos fijos exquisitamente pensados y ejecutados, de dar sentido a elementos de lo más disparatado (pronto nos damos cuenta de que lo que habíamos tomado por malas interpretaciones de los chicos era algo deliberado, pues las personas que no han tenido contacto con el mundo natural nunca pueden ser naturales) y de mezclar tonos de la manera más novedosa e inesperada (constantemente sentimos hilaridad por lo absurdo de las situaciones, pero la risa a menudo se hiela por yuxtaponerse lo ridículo y lo patético), sino que le basta un momento fugaz de violencia para ser más desagradable y perturbador que todo el gore de saldo que hemos visto en otros títulos de la Muestra. Si Michael Haneke ha sido capaz de llegar a “La cinta blanca” a partir de “Funny games”, película que se podría emparentar con “Canino”, pero que a mi juicio es bastante inferior, yo no sé a qué podría llegar este griego si no le ha sonado la flauta por casualidad.

Después de este hito, casi cualquier peli habría sido un anticlímax, pero aun así lo de “Halloween 2” no tuvo nombre. Mi primera experiencia en el cine del afamado Rob Zombie podría ser la última si no mediaran informes de otras personas en las que confío un poco. Elemplo claro de lo que es llevar al cine de buen presupuesto no ya los principios de la serie B sino los de la serie Z, “Halloween 2” no pasa de ser una sucesión de viñetas con un pretexto bastante leve y una impresión constante de haber sido pergeñadas sobre la marcha. Desde el momento en que el inicio de la película, correlativo al del “Halloween 2” original de Rick Rosenthal (no me resisto a citar su título original en España: “¡Sanguinario!”, así, con signos de admiración y todo), que al menos tenía como virtud seguir justo en el momento en que terminaba su antecesora y así poder saltarse la penosa exposición de elementos de la saga que todo el mundo conoce; en cuanto vemos que todo aquello no es más que una pesadilla de Laurie, empezamos a tener dudas muy razonables sobre el producto en su conjunto. La puesta en escena es rudimentaria (sobre todo después de “Canino”, que tiene una puesta en escena de matrícula de honor), los asesinatos son cafres y brutos, sin nada del refinamiento artístico que cabría esperar de un subgénero que en teoría se inspiró en gente como Mario Bava, y para colmo nunca vemos ninguno bien, en plena sintonía con la creencia actual de que una cámara espasmódica hace vivir más intensamente las imágenes que rueda (otra comparación odiosa: el agónico asesinato final de “Amer”, rodado en planos detalle casi pornográficos e incómodo precisamente porque ves demasiado), los toques oníricos, con las apariciones del pequeño Michael, su madre y el famoso caballo blanco, cansan a su tercera aparición e incluso al final se nos pretende sorprender con su significado real, que no sorprende absolutamente a nadie, y, para colmo, tras la hiperbólica catarsis final, dudo que haya alguien que a estas alturas no se sienta estafado cuando llegue la inevitable “Halloween 3”. Quizá el objetivo secreto de Rob Zombie fuese cargarse de una vez la saga, pero dudo que lo consiga, incluso con una aportación tan lamentable como esta. Lo peor de la Muestra, con diferencia, y una despedida más bien triste, si bien tal vez esté hecho a propósito, como hacen algunas chicas para dejar a sus novios: en los últimos días se portan fatal con ellos, no porque lo sientan, sino por su bien, para que luego no sufran echándolas de menos.

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