viernes, 16 de julio de 2010

Blue velvet 1986


En un momento dado, parece que ya no es necesario buscar lo extraño en mundos lejanos o en tiempos pasados; lo tenemos aquí, entre nosotros, rascando un poco bajo la superficie. El pueblo de Lumberton es el borrador de Twin Peaks: detrás de sus estampas de Norman Rockwell, rebuscando un poco en sus cuidados jardines, nos topamos con una amenazadora y voraz fauna de insectos carnívoros. Y por lo que parece, ser carnívoro es también sucumbir a las pulsiones de la carne, al vértigo de lo perverso. Dorothy Vallens está más perdida que en Oz: espiarla en ropa interior desde el armario, despojada incluso de la peluca que le da fuerza para cantar mal en escena, despojada incluso de su dignidad después del trato al que la somete Frank, no da sino más ganas de poseerla. Jeffrey Beaumont, el sano chicarrón estadounidense, con su barbilla prominente y su ingenuidad de pionero, es en el fondo un ser oscuro que prefiere las seducciones del abismo al espíritu hogareño de la tarta de manzana que parece encarnar Sandy. “Terciopelo azul” ha sido siempre campo abonado para análisis de andar por casa, desde los que ven machismo y misoginia galopante en el retrato de esa Dorothy trastornada que parece disfrutar con el sadomasoquismo y que necesita siempre un hombre a su lado hasta los que ven en la excursión nocturna de Jeffrey con la banda de Frank una plasmación poco sutil del miedo a la homosexualidad. Pero lo cierto es que, si nos andamos con correcciones políticas a la hora de explorar nuestro lado oculto, estamos arreglados. Muchos creen vivir en un universo luminoso y abierto de colores primarios, como el Lumberton de día, pero, cuando las luces se apagan, el umbral de nuestras puerta se recorta en la oscuridad, los hogares son recintos clustrofóbicos de un rosa orgánico, cuyos pasillos no tienen fin, las escaleras y rellanos de los bloques de apartamentos son laberintos de penumbra, las leyes son aplicadas por individuos gordos y rubicundos de chaqueta amarilla y, quién más quién menos, a veces debemos entregarnos a caprichos fetichistas para salvar a van Gogh. Sucedió antes, sucede ahora, sucederá siempre: es muy difícil saber en qué época estamos, por mucha atención que prestemos a la película. Es la América eterna del Saturday Evening Post, que al mismo tiempo es mucho más extraña que Dune, algo tanto más evidente cuanto que Jeffrey y Paul Atreides son encarnados por el mismo actor, y que varios de los secundarios reaparecen. Ya se sabe: hay muchos mundos…

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