miércoles, 9 de marzo de 2011

VIII Muestra Sy Fy de Cine Fantástico, primera parte


Me alegra pensar que, pese a todo, no soy un amargado: el comienzo de la Muestra Sy Fy, a pesar de que inauguren con una peli de Matt Damon, de que la organización falle, de que cada vez sustituyan más las copias en 35 por proyecciones digitales a menudo no muy buenas, de que no repartan chocolatinas a la salida o de que programen demasiados títulos ingleses, incluso a último momento, me tiene razonablemente feliz. De jóvenes también veíamos las pelis del videoclub, a veces infames, en condiciones también infames, y no nos quejábamos. Para un cuarentón decadente, hace ilusión volver a hacer cola a la salida de cada sesión, entrar corriendo a buscar un sitio en la fila seis o siete, cenar en la calle a base de pastelitos comprados al peso y de chucherías hipercalóricas para aguantar el maratón, y de constatar, hablando con los rostros familiares de cada año, que, o todos tenemos mucha idea a nuestra manera, o somos todos unos ignorantes sin remisión.

Al menos no está Leticia Dolera, que apareció en forma de vídeo como el profesor Brian O’Blivion y mostró a las cámaras su verdadera naturaleza de elfa fea al estilo de Nuala en “Sandman”. Lo malo es que su sustituta, Alexandra Jiménez, o bien sufrió un repentino ataque de miedo escénico, o se tomó a mal alguna respuesta del público. En todo caso, es una chica que debería comer un poquito más. La organización sabe que los frikis necesitan adorar a las chicas, pero que es necesario hurtárselas un poco, porque un friki con chica ya no es un friki: el Palafox se vaciaría y todos estaríamos en una multisala llevando a dos o tres críos peores que Damien a ver “Enredados” en 3D. Yo al menos me consuelo pensando que, cuando me miro al espejo, aún no puedo encasillarme en ninguno de los dos modelos, a saber, Guillermo del Toro, si eres treintañero, o Donald Pleasence, si pasas de los 40. Quizá haya aún esperanzas para mí.

La ausencia de chicas en mi vida actual es la clave de mi incomprensión hacia la peli inaugural, “Destino oculto”. No puedo entender (aunque cuando he lidiado con mis chicas tampoco lo comprendía) que un vínculo pasajero con otra persona te convierta en el centro del universo y borre tu destino predeterminado hacia un porvenir de posibilidades infinitas. Nuevamente Philip K. Dick es la coartada, en esta ocasión para un producto bienintencionado que, con su look intemporal, sus nulas ganas de innovar o de perturbar y su factura correcta, quizá guste a aquellos cuyo concepto de una buena película coincida al 100% con lo que se hacía en los años 40, pero deje fríos a quienes no ven suficiente un aire superficial a “Origen” y una alabanza más o menos encubierta a Barack Obama como ángel negro que viene a romper el plan prefijado por la vieja América blanca de Wall Street desde el final de la II Guerra Mundial. Pero ya os digo: tal vez si tuviese a una Emily Blunt en mi vida pensaría otra cosa.

En todo caso, Emily Blunt, comparativamente, es una importación británica maravillosa. En cambio, toda esta nueva ola inglesa de terror con trasfondo social, que ya nos dio hace un par de años “Eden Lake”, va flojeando bastante. “Cherry Tree Lane” trae a unos peligrosos adolescentes en una misión de venganza a un hogar de clase media, donde maniatan al marido, violan a la mujer y torturan al hijo, que declaró contra un miembro de la pandilla y facilitó su encarcelamiento. Paul Andrew Williams debe haber descubierto en algún momento que mantener mucho tiempo un primer plano produce incomodidad, y que no ver los sucesos violentos que acontecen fuera de campo puede inquietar más que presenciarlos, pero la insistencia en una gama muy limitada de recursos termina por fatigar, y lo burdo del subtexto sobre la diferencia de clases no realza, como sí hacía en “Eden Lake”, las carencias de su discurso “visceral”. Amén de que “Eden Lake” estaba como veinte veces mejor rodada.

Para eso, mejor ver “Salvage” de Lawrence Gough, casposillo híbrido entre película de infectados (copias a George A. Romero incluidas) e intento de denuncia política al estilo del primer Greengrass. El hecho de que la película viniese a sustituir en último momento a “Tucker & Dale vs. Evil”, de que se proyectó ¡en DVD! y de que la copia venía subtitulada en portugués (con momentos impagables de aprendizaje lingüístico como “Grande cabra” o “Porra”) convirtieron el pase en un pequeño cachondeo al que en cierto modo contribuían los sórdidos actores protagonistas y la dirección de ciertas situaciones sin complejo alguno. Pero claro, ver este tipo de películas un tanto cutres en pantalla grande ya no es lo normal, y se agradece bastante.

También digital, pero con mayor calidad, fue la proyección de “Thirteen assassins” de Takashi Miike, intento simultáneo de retomar las viejas aventuras de duelos con katana (de hecho, se trata de un remake más o menos encubierto de “Los siete samuráis”) y de hacer morder el polvo a la matanza de los Crazy 88 en “Kill Bill”, pero con denominación de origen nipona. Aunque uno tampoco es un entusiasta de Miike, al no creer que mostrar degeneración y locura suponga en sí mismo una garantía de calidad, hay que reconocer que sus momentos “enfermos” fueron eficaces a la hora de retratar el mal contra el que luchan el grupo de héroes, si bien la minuciosa preparación de la venganza, muy dura de seguir para el público fandomita sin costumbre de aguantar títulos como “47 ronin” de Hiroshi Inagaki, hizo roncar a más de uno, y en concreto a mi lado. Una vez iniciada la masacre, bastante más embarullada, por cierto, que las de los clásicos, el público ya se sintió satisfecho del todo, y es que uno siempre acude a este tipo de citas en busca de un poco de violencia.

Un servidor había depositado ciertas esperanzas en “Shadow” de Federico Zampaglione, en busca de ese relevo generacional para el terror italiano que tanto se necesita dada la desbandada a otros géneros de Soavi y el estado no muy boyante de los pocos veteranos supervivientes, evidente en esta misma Muestra a raíz del pase de “Giallo”. La película tiene sus luces y sombras: su solvencia técnica es clara, su dirección artística, con un subterráneo gótico casi como los de antes, fascina a cada plano, y varios momentos de terror e inquietud son francamente eficaces, sin olvidar los toques surrealistas, todo ello alrededor del impagable y siniestro personaje calvo cuya naturaleza, ay, se nos deja demasiado clara. Incluso la música recuerda por momentos a los entrañables Goblin, con un temazo reiterativo al mejor estilo de “Tenebre” o, aunque fuera de otro grupo, de “Shock”. Lo malo es que la cadena de influencias se ha roto: Zampaglione no mira tanto a sus compatriotas como a las modas del momento, a los “survival horror”, a los “Hostel” de turno o incluso a los “Saw” (de hecho, no resulta muy difícil imaginar una saga de varias películas alrededor del personaje de “Mortius”), y las ganas de quedar actual con una última sorpresa relacionada con la guerra de Irak provocan una cierta sensación de vacío, de una oportunidad desaprovechada, aunque, tampoco mintamos, “Shadow”, si la cotejamos con el resto de títulos puramente de terror vistos en la Muestra, termina destacando, por su acabado estético puramente europeo, su contenida extravagancia (uno a veces hasta pensaba en Jeunet) y sus sugerentes apuntes no desarollados. Por último, merece la pena mencionar que el ayudante de dirección era Roy Bava, hijo de Lamberto y nieto de Mario, en lo que es ya la cuarta generación de una mítica familia cinematográfica.

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