lunes, 5 de septiembre de 2011

Leone 65: Per qualche dollaro in più


Lo que antaño escandalizaba, hoy no le llama la atención a nadie. Cuando se estrenaban en los 50 los primeros Frankenstein de la Hammer, había protestas por su contenido sangriento, que, visto hoy, se reduce a unas pocas manchitas rojas en el delantal de Peter Cushing. “Lolita” de Kubrick era una indecorosa incitación a corromper menores, cuando hoy por hoy Sue Lyon podría ir en coche a estudiar su segundo curso de carrera. Los westerns de Sergio Leone eran un mundo amoral en el que se mataba por diversión y las víctimas caían como moscas.


Acusación que puede resultar extraña ahora cuando la muerte lleva años instalada como entretenimiento y hubo años, especialmente a mediados o finales de los 80, en los cuales, si no había al menos 80 muertos en un blockbuster veraniego, su valor como espectáculo podía ponerse en tela de juicio. ¿Cabría responsabilizar a Leone por contribuir a “trivializar” la muerte, por finalizar la época en la que apretar un gatillo en pantalla era una grave cuestión moral (por supuesto, siempre que al otro lado del cañón no hubiese ningún nazi o ningún indio)?


Yo sinceramente no lo creo así: uno de los rasgos que distinguen al spaghetti western es su cinismo, su irreverencia hacia los valores respetados en el cine clásico. Todo lo sucedido en la película inaugural de la serie se encabezaba con un lema sardónico, “Por un puñado de dólares”, y su continuación se titulaba originalmente “Por algunos dólares más”. El título español “La muerte tenía un precio” es más ambiguo, pues, junto a la referencia al oficio de cazarrecompensas que desempeñan los protagonistas, cabe inferir una dimensión moral, según la cual matar termina acarreando consecuencias graves. Conclusión alejada de lo que vemos en pantalla, pues, si bien se mata por “hacer justicia”, lo que hace Eastwood es básicamente otra modalidad de bandidaje; si mata, es por dinero, insinuando que esa es básicamente la motivación de muchos de los que se dedican a mantener la paz. Un mensaje muy anarquista y sesentero: el policía o militar como mercenario.


Otra cosa es van Cleef. Anticipando “Hasta que llegó su hora”, aparece por primera vez el tema de la venganza, arquetípico del spaghetti pese a no aparecer en “Por un puñado de dólares”, y presentado de una manera semioculta, hasta la revelación final en la que comprendemos que hay otras razones para matar aparte de las ganancias materiales. El coronel Mortimer, con su elegancia, su arsenal de tiro y su fría eficiencia, introduce un contrapunto al sucio y anárquico “hombre sin nombre”, con quien compite constantemente. Ambos son personajes solitarios en un universo hostil, pero finalmente aprenderán a colaborar y a respetarse mutuamente, aunque les haya hecho falta volarse el sombrero unas cuantas veces para lograrlo. La justicia quizá no exista, pero una forma restringida de amistad, oye, tal vez sí.


Aunque a mí de verdad quien me interesa es “El Indio”. Pese a su peligrosidad como forajido, parece vivir bajo una nube negra de depresión y obsesión, administrando el castigo y la muerte al compás del reloj musical que desempeñó un papel importante en el momento más traumático de su vida, que presenciamos fragmentariamente en una serie de flashbacks tirando a psicodélicos. Indio parece haber asociado en su mente su pasión sexual frustrada con la emoción del asesinato, convirtiéndolo en un ritual solemne que detiene el curso normal de la acción y para el cual Morricone incluso introduce música de órgano casi litúrgica. Debieron de resultar muy extrañas en su momento estas secuencias que ralentizaban el tiempo y que parecían no guardar relación alguna con la trama del atraco y los cazarrecompensas, hasta que finalmente confluían con las motivaciones ocultas del coronel Mortimer. Aquellas películas “de palomitas” se permitían bastantes audacias formales. Sin ir más lejos, basaban su impacto en la lentitud…

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