viernes, 23 de marzo de 2012

11-3-2012: IX Muestra SyFy 4


A veces no basta con tener una idea buena, sino que es necesario darle una realización adecuada, a sí misma y al contexto en que la queremos situar. No hay nada malo, en principio, en el concepto de incluir proyecciones de clásicos del género dentro de un evento como la Muestra SyFy, sobre todo cuando el despiste de los programadores prácticamente asegura que les sacarán varias cabezas y hombros de altura en cuanto a calidad a la mayoría de títulos del cartel. Otra cosa es que pensemos que, en apenas tres días de una muestra que cuesta bastante esfuerzo organizar y que los aficionados esperamos como agua de mayo, incluir películas que nos sabemos de memoria y que no solamente son facilísimas de conseguir en vídeo doméstico sino que se suelen programar con cierta frecuencia en cinestudios y filmotecas, termina robando espacio para el descubrimiento de obras de las que quizá no oiríamos ni hablar de no encontrárnoslas aquí.


Aparte de que presentar el doblete de “Ultimátum a la Tierra” y “El planeta de los simios” bajo la bandera de la experiencia “Phenomena” es tramposo. “Phenomena”, como bien atestiguan sus documentos audiovisuales anexos, como la cortinilla de “Movierecord”, los anuncios de época con Eugenio o Alberto Closas o los tráilers de películas como “Los monstruos del mar” (con diferencia lo más disfrutable de la doble sesión), está concebida como una llamada a la nostalgia, a tratar de reproducir sensaciones del espectador joven (significativo que se haya tratado de las únicas proyecciones en 35 mm junto a la “Hell”). Sin embargo, ¿cuántos de los espectadores del Callao serían capaces de evocar con escalofríos agridulces, hechos de felicidad y añoranza por una juventud perdida, los estrenos originales, o incluso los reestrenos, de películas estrenadas en 1951 y 1968, respectivamente? Sospecho que lo importante era traer a Nacho Cerdá para que diese una pequeña charla y otorgase esa especie de glamour doméstico que parece estar entre los objetivos de la dirección actual de la Muestra. Porque, así es, “Phenomena” es una buena idea, pero hay maneras y maneras.


A mí personalmente, tanto “Ultimátum a la Tierra” como “El planeta de los simios” me parecen películas excelentes, con una merecida aureola de clásicos, pero he de confesar que su enésima revisión me aporta poco. Hay películas peores que estas dos que soy capaz de ver una y otra vez sin disminuir mi fascinación y sin dejar de ver elementos nuevos. En cambio, me conozco tan bien el desarrollo de “Ultimátum” que, en lugar de valorar la ingenuidad camp de sus efectos especiales o el ambiente realista, casi de cine negro, en el que se mueve Klaatu durante sus andanzas terrestres, tiendo a ser malintencionado y a ver su historia no como un llamamiento en contra de la Guerra Fría sino como una metáfora premonitoria de los Estados Unidos como futuro superpoder galáctico capaz de amenazar con sus super robots atómicos a las naciones díscolas empeñadas en perturbar el nuevo orden mundial. Del mismo modo, el espectacular y desolador tramo inicial de “El planeta de los simios” (que en la actualidad es la parte que prefiero con diferencia) deja lugar a una peripecia satírica que hoy por hoy encuentro un poco laboriosa, que es incapaz de aclararse sobre si la civilización simia es realmente superior a la nuestra (quizá respeten más el medio ambiente, pero cazan y masacran a seres inteligentes y mantienen un sistema de castas tan inamovible como el de la India) y que deja con dudas sobre si la verdadera vocación del guionista Rod Serling no sería más bien el púlpito que las pantallas. Lo confieso: no disfruté mucho de este programa doble. Puestos a evocar el apocalipsis que viene, creo que lo hubiese pasado mejor con alguna de guerreros del Bronx de Enzo Castellari, seguida de “Ultimo deseo” de León Klimovsky, o de alguna de aquellas series B australianas, menos populares que "Mad Max", que confirmaban la demoledora, pero apócrifa, frase de Ava Gardner sobre Australia como el lugar ideal para rodar una película sobre el fin del mundo. Y todo ello visto de madrugada, no a las 4 de la tarde. Pero me callo, porque leídas algunas opiniones en la moribunda blogosfera, mi actitud crítica sobre la IX Muestra SyFy parece ser minoritaria y me limito, una vez más, a ir contracorriente como el salmón.


“The innkeepers” de Ti West, es otro ejemplo, como “The woman”, de película simplemente interesante elevada a título estrella del fin de semana. Yo admito que el cine de West me cae bien: es de los pocos directores de género de hoy en día que entienden que una película no puede estar compuesta de un clímax detrás de otro, y que un momento culminante lo es más aún cuendo está en lo alto de una curva que se ha ido ascendiendo gradualmente. “House of the devil” era eso: de un comienzo mundano en el que apenas sucedía nada se iba pasando a un sentimiento leve de amenaza hasta desembocar en una secuencia final de increíble intensidad que a un servidor, solo en su casa en una noche del despoblado agosto madrileño, le llegó a dar su miedillo. “The innkeepers” quiere ser un poco lo mismo pero a West le pierde su voluntad de caer mejor al público que en su anterior película, que era demasiado austera y dejaba pocos asideros a quien no quisiera un “fantástico ochentero de videoclub en versión de autor”. La relación entre la pareja de encargados del hotel Yankee Pedlar, empeñados en descubrir evidencias del fantasma que lo habita, en su último fin de semana de apertura, apuesta por la simpatía de una comedia romántica soterrada, pero la sucesión de bromas, falsos sustos y sueños varios termina por diluir la impresión global y hace estragos en la progresión dramática de una película que es entretenida en el sentido en que es entretenida la conversación exuberante de un rollista nato que encadena una anécdota atractiva tras otra sin tener en el fondo casi nada que contarte. La aparición, otra vez, de la antaño sex symbol Kelly McGillis ,en plan bruja agorera, proporciona momentos de anticipación narrativa que, en la línea de algunas ficciones televisivas del momento, causan un impacto apasionante para a continuación ser abandonadas una vez servido su propósito. El desenlace, aunque efectivo, reproduce, en menos logrado, el concepto de “House of the devil”, con el montaje sonoro tomando un protagonismo, a decir de algunos, excesivo, y recurriendo a mecanismos terroríficos quizá un poco elementales (uno prefería, por ejemplo, los flashes casi subliminales, a lo “El exorcista” de la película anterior de West). Quizá lo mejor, lo más burlón, de la película, sea ese plano fijo final aguantado hasta la náusea para que el público espere, o bien la aparición de algo horrible, o bien una explicación que nunca se da o bien se da pero no de la manera que se quería. Una peli como mínimo controvertida, con tantos defensores como detractores a la salida, lo cual siempre es bueno en un festivalillo de estos, pero que tampoco estaba a la altura de una sesión que debía ser uno de los puntos culminantes de todo el fin de semana.


Me hubiese gustado pasar un poco por encima de la clausura con “Lobos de Arga”, a la que me quedé, pese a mis malos presentimientos, en virtud de mis ganas de dar oportunidades e ignorar los prejuicios y con la duda de si veríamos un resurgir de aquellas películas de género españolas de principios de los 90, de la mano de gente como La Cuadrilla, de la Iglesia, Urbizu o Bajo Ulloa, que prometían una renovación en nuestro cine que luego quedó un poco en agua de borrajas (prueba de ello es que, del cuarteto mencionado, dos están desaparecidos en combate y los otros dos han pasado de ser los heraldos de unos nuevos modos a erigirse en alternativas casi únicas). Por desgracia, las virtudes de “Lobos” se quedan para mí en su buen ritmo y en lo competente de sus efectos y ambientación. El tipo de humor que propone Juan Martínez Moreno, con su recurso constante a exabruptos tabernarios y bromas pesadas a costa del más débil, me parece facilón y reiterativo, tendiendo a insoportable a partir del cuarto de hora y haciéndome desear, una vez que tenía claro todo lo que iba a suceder a partir de entonces casi con tanta claridad como me pasó con “John Carter”, el final de una proyección que, por si no fuera poco con no gustarme y dar una despedida más bien pésima a una edición decepcionante de la Muestra, dejó otra vez en evidencia que soy minoría (“Soy minoría”, qué titulazo, ¿eh? Ríete de Richard Matheson). El tipo de público que acogió con aburrimiento, abucheos y cachondeíto joyas “de autor” de años anteriores como “Amer”, “Vinyan” o “Thirst”, recibió con aplausos entusiastas una comedieta populista con la que me resultó imposible conectar aun intentándolo y en la que incluso llegué a echar de menos a mis odiados Santiago Segura o José Mota. Hay que resignarse a la extinción como buen dinosaurio, aceptar de buen grado la voluntad democrática de un pueblo que prefiere ver “Sálvame” o “Gran Hermano 23” antes que conciertos de la Filarmónica de Berlín o películas en blanco y negro. Hay que saber dejar cosas atrás, como por ejemplo la ilusión y la confianza en la gente que sabía hacer las cosas bien. La Muestra SyFy ha progresado sin duda, en atraer más público e impacto mediático, han sabido dar un golpe maestro en tiempos de crisis bajando el precio del abono, y han aprendido a hacer zoom en las copias digitales, algo de lo cual los proyeccionistas del Palafox parecían no ser capaces, pero los amargados como un servidor sentimos que “nos han quitado” uno de nuestros momentos cumbres del año y una de nuestros pequeños motivos para aguantar las miserias cotidianas durante doce meses. Toda vez que, si los mayas, o sus intérpretes, tienen razón, se acabó lo que se daba y no habrá más Muestras SyFy. Lo cual, visto lo visto este año y si la tónica perdura, no será tan trágico como suena.

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