martes, 13 de marzo de 2012

8-3-2012: IX Muestra SyFy 1


Es una pena, con la costumbre que tiene uno de ver el vaso medio lleno, que los malos presentimientos iniciales se vayan confirmando uno por uno. El avance de programación de la Muestra SyFy del 2012, junto con la mudanza de la sede al cine Callao, más céntrico que el Palafox, enviaba varios signos inquietantes de que el evento se iba a convertir en algo más mainstream, perdiendo, a la vez que uno de sus programadores de siempre, muchas de las señas de identidad que lo hacían entrañable, en especial su apuesta por el cine oriental, el anime y ciertas propuestas entre el fantástico y el cine “de autor”. En ese sentido, la ausencia de títulos como “Livide” de Bustillo y Maury, o “Redline” de Takeshi Koike, ya daba pistas, y nada buenas.

Después, el pase inaugural de “John Carter”, aparte de proporcionarme mi primer visionado de un estreno en versión doblada desde “Star Wars III: La venganza de los Sith”, y de reafirmarme en mi escaso aprecio hacia una práctica que quita personalidad al sonido de una película y me arrebata la sensación de verosimilitud ante lo que sucede en la pantalla, también me confirmó en mi desdén hacia el 3D, convertido en una sucesión de recortables vistos a través de un filtro sucio y cuyo resultado final es diametralmente opuesto al que en teoría pretende: en lugar de crear una convincente ilusión estereoscópica dentro de la cual el espectador se sumerja y se implique, no hace más que reforzar la impresión de irrealidad y subrayar la artificialidad de los trucajes. Y eso por no hablar de cómo el pulp aventurero, reivindicado antaño como soplo de aire fresco ante la cultura oficial académica y mustia, se ha convertido en el modo por defecto de la cultura popular, pero desprovisto de la incorrección política de sus orígenes, subrayando la simpleza de unos argumentos que se pueden predecir desde los primerísimos minutos y convirtiendo la calenturienta imaginación de escritores pobres que a menudo no tenían tiempo ni para corregir sus errores de redacción en aparatosos espectáculos de estética clónica donde prima el perfeccionismo técnico y poco más.

Algún día me despacharé a gusto sobre Pixar, que considero la productora más injustamente elevada a los altares de los últimos tiempos, pero baste decir que no me extraña que Andrew Stanton no sepa convertir la obra de Burroughs en algo mínimamente memorable, tampoco me extraña que no se note prácticamente nada la mano de Michael Chabon en el guión, ni que la princesa se pase media peli con los pechos vendados como si se los hubiera mordido alguno de los bichos de Marte, ni que, a la hora de las batallas, la sangre de los bichos y enemigos sea tan azul como mi suavizante de "aroma oceánico".

Y para colmo, la pantalla del Callao era notablemente más pequeña que la del Palafox y el comienzo del pase se retrasó una hora entera. Con este comienzo, parecía que la cosa no podría empeorar. ¿O sí?

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