miércoles, 20 de junio de 2012

Ray Bradbury (1920-2012)


Algunos hablan de él como de una influencia lejana, como de una lectura temprana que les impactó en la juventud o adolescencia, pero yo lo suelo tener muy presente. Todos los fines de año bajo de la estantería alguno de los dos tomazos recopilatorios de sus cuentos ("The stories of Ray Bradbury" o "Bradbury stories") y le doy un repasito a unos cuantos, sin perder de vista la variedad de un autor que sabía pasar de la ciencia ficción distópica al costumbrismo pintoresco o al humor extravagante con una facilidad pasmosa.

En sintonía con el estado de opinión que parece prevalecer en la blogosfera literaria o simplemente en la imagen pública de Bradbury como escritor, me he percatado, en esta semana que he tardado en ofrecer mi tributo, de que se le ve primariamente como un autor de CF de la vertiente humanista y poética, siempre en guardia contra el totalitarismo y con una conciencia social ingenua pero poderosa. Pero, dejando al margen "Crónicas marcianas", que siempre he tendido a ver como una historia en clave de los Estados Unidos, donde los marcianos extintos hacen las veces de indios, y se intenta reconvertir en cronología histórica un fascinante caleidoscopio de metáforas donde caben todos los tonos, desde el humor satírico hasta el aliento épico o el suspense paranoico, o "Fahrenheit 451", que halaga al lector convirtiéndolo en héroe, para mí Bradbury siempre será un escritor de terror y fantasía contemporánea.

El primer libro de Ray Bradbury comprado por un servidor, y que ahora, supongo, estará en la biblioteca de mi instituto de secundaria, en busca de otro espíritu gemelo al que hechizar, fue "El país de octubre". Desde "El siguiente en la fila", con su historia de una ruptura matrimonial con las momias de Guanajuato como telón de fondo, hasta "El tarro", en el que una extraña criatura embotellada despierta las fantasías ocultas de un pueblo entero, "Esqueleto", en el que un hombre se deja arrastrar por un terror irracional a sus propios huesos, "La alcantarilla", en el que una historia de amor desgraciada se tiñe del romanticismo lúgubre de la imagen de dos amantes ahogados, arrastrados juntos por las corrientes subterráneas, o "El lago", en el que un recuerdo terrible y a la vez hermoso de la infancia irrumpe en plena edad adulta mezclando amor y muerte, Bradbury daba al género de terror una dignidad poética y a la vez una cotidianeidad bastante alejados tanto del gótico tradicional como de los laberintos no euclidianos de Lovecraft y su círculo.

Se ha querido encasillar a Bradbury como a un Norman Rockwell literario, un cantor de la América pastoral resistente al cambio y la innovación, pero en sus pueblos pequeños también había funerarios frustrados que se tomaban macabras venganzas post mortem contra quienes los despreciaban en vida, o asesinos psicópatas que acorralaban a sus víctimas al lánguido son de los grillos y a la luz de la luna. Me hubiese gustado escribir esta entrada con uno de los dos tomos en la mano, hojearlo al azar y simplemente ir transcribiendo el desfile de recuerdos. Hay un Bradbury para la infancia (esa familia de monstruos, con el alado tío Einar como miembro sobresaliente, se adelantó a todos los Tim Burton de este mundo), un Bradbury adulto que se las ve con la fugacidad de las ilusiones, con la necesidad de compartir a veces un mismo traje para acceder durante escasos minutos al tonto sueño americano de la prosperidad y el amor, e incluso un Bradbury para la vejez, como en la fábula, que algunos rechazan como de mal gusto, sobre "Junior", ese hombrecito juguetón que los hombres llevan entre las piernas y cuya fugaz resurrección es la excusa perfecta para llamar a las viejas amigas y celebrar por última vez las alegrías carnales de la vida.

Hay tanto que leer y releer de Bradbury, hay tanto que aprender de un maestro que no necesitó ganar ningún premio Nobel para ser imprescindible, que quizá el mejor homenaje sea bajar de la estantería una de las dos "biblias", abrirla al azar y leer, reír, emocionarse y sentir algún escalofrío que otro.