domingo, 5 de enero de 2014

Esas palabras: "Placeres culpables"

  


Nunca he entendido el concepto de que haya que estar avergonzado de determinadas preferencias culturales o artísticas por el hecho de que no estén de moda entre nuestros contemporáneos o no te creen una imagen "guay". Yo ya no sé, dada la extraña encrucijada en que me hallo, si es más "placer culpable" una serie de anime como "Fushigi Yugi" o bien películas de Antonioni como "Blow up" o "El reportero", que son puestas a parir cien veces al día por gente enrollada que ni siquiera se ha molestado en verlas. Dentro del ámbito de la mente y la fantasía, yo no veo por qué un placer debería ser culpable; no es como si estuviera muriendo de pena un ángel en el cielo cada vez que escuchas con placer una canción de Emerson, Lake & Palmer o ves con agrado películas con títulos como "Desnudas para el asesino".


Queda un pequeño consuelo para tanta incomprensión: aquello que decía en sus memorias Buñuel sobre que un español de los viejos tiempos disfrutaba más del sexo por el mero hecho de pesar sobre él todos los anatemas y prohibiciones eclesiásticos habidos y por haber. Lo mismo podría aplicarse tal vez a estos gustos marginales, pero, careciendo uno de semejantes rémoras de culpabilidad, esa actitud le suena uno más a la superioridad de quienes, para sentir de veras placer en el campo que sea, necesitan saber que muchos otros están bien jodidos.

sábado, 4 de enero de 2014

El padre que nunca fui



En la sesión de ayer a las seis de “A propósito de Llewyn Davis” había un hombre de unos cincuenta años acompañado de una jovencita de unos quince o dieciséis. Ella parecía bastante enterada de la actualidad del cine (por ejemplo, sabía que la única actriz española de “Pensé que iba a haber fiesta” es Elena Anaya) y se notaba que tenía cierta idea de quiénes son los hermanos Coen y no iba arrastrada de los pelos a ver el último hito del cine de autor middlebrow. En ese momento me vino a la mente aquella otra sesión en los Ideal con un hombre llevando a su hijo apenas adolescente a “Vampiros de John Carpenter” y explicándole a la salida algunas de las expresiones inglesas empleadas.

Y ahí es cuando pones momentáneamente en cuestión toda la mitología del orgullo friki, de la irreductible independencia, de no dejarte dominar por ninguna mujer, de poder ser tú mismo sin ceder a la presión social. Cuando te ves anclado al margen del discurrir de la existencia y piensas que tu estúpida sabiduría, tu edificio de inútil excentricidad, desaparecerá a tu muerte y nunca sabrás lo que es tener frente a ti a una tierna criatura que, al menos en sus primeros años, te mire y escuche con amor incondicional y te considere su indiscutible sensei y proveedor de los más variados conocimientos acerca de un universo luminoso y prometedor.

Menos mal que existen dos antídotos contra semejantes accesos de debilidad sensiblera: primero, el programa “Hermano mayor” de Cuatro, y, segundo, plantearse que la muchachita adolescente no era en verdad hija del señor, sino su amante.

viernes, 3 de enero de 2014

Vientos de otros lares


 
Pues nada, que ayer miro el número de enero de "Cahiers du cinéma", y no solo le dedica portada y varios sesudines artículos de fondo a la última peli de Miyazaki (cuando aquí habrá que darse por afortunados con que no la consideren un producto infantil para sesiones de las 4 y nos hurten la V.O., como pasó con "Arrietty"), sino que llego a la página 87 y me encuentro esto:


Es decir, un ciclo de cine clásico japonés de la Daiei planteado con bastantes más ambiciones que el que vimos hace año y pico en el Doré, en la Casa de la Cultura de Japón que uno se topa cuando va andandito hacia la Torre Eiffel. Dientes kilométricos, oigan.

jueves, 2 de enero de 2014

A.O.J.


 
Todo empezó en los viejos y buenos tiempos de la Muestra SyFy, cuando aún la interacción de la corriente friki-palomitera y la indie-gafapastil producía fenómenos tan interesantes como ver a una numerosa grey de jugadores en red y descargadores masivos de series (mis disculpas anticipadas, pero a menudo Nicholas Carr parece tener un poquito de razón) tratando de salir vivos del visionado de “Vinyan”, “Amer” o “Thirst”, por citar solo tres de los títulos que, al parecer, no estaban hechos para el target de la Muestra, o al menos eso pensarán sus responsables actuales después del golpe de estado que alzó al poder a la facción descerebrada en 2012 y que hace altamente improbable que veamos en el 2014 algo como, qué sé yo, “L’étrange couleur des larmes de ton corps”.

De ahí que un servidor, fiel adepto de la pretenciosidad bien entendida y a quien ya no le aportan nada una hora y media tras otra de cabezas zombis reventando entre un chiste malo y otro, acuñara la expresión “ahora os jodéis” (simplificada subsiguientemente en sus iniciales A.O.J.) cada vez que aparecía en pantalla una película “ambiciosa”, “de autor”, “artística”, "seria", vamos, todo lo que algún que otro bloguero listilllo va escribiendo por ahí que nunca ha sido ni nunca tiene que ser el cine fantástico (vamos, que ya podemos ir reescribiendo la historia del cine, empezando por Murnau y Lang, que seguramente rodaron sus películas para que los adolescentes de la república de Weimar se echaran unas risillas).

Por extensión, un A.O.J. es también una película que aterriza en la cartelera disfrazada de título convencional y en torno al cual se han creado unas expectativas contrarias a lo que la película es, con el resultado de que más de uno entra a ver la pastelada de turno y se encuentra con algo cercano más bien a Sokurov y compañía. En este sentido, el rey de los A.O.J. es sin duda “El árbol de la vida” de Terrence Malick. Podría argumentarse que en un A.O.J. hay un cierto componente de publicidad engañosa, pero el desconocimiento del espectador también juega un papel preponderante: Malick podrá gustar más o menos, pero quien entrase a una peli suya de dos horas y media pensando que se iba a encontrar un melodramón lineal y lleno de topicazos para echarse un par de lloreras sin complicaciones, me temo que se merecía el disgusto y el acrónimo.

El fenómeno A.O.J. surge cuando las películas se rebelan contra su condición impuesta de producto industrial, idéntico, previsible. Uno de los últimos, “Solo Dios perdona” fue la complicación de un caso de "secuelitis expectativa": se daba por hecho que Gosling y Refn se habían juntado de nuevo para repetir el éxito de “Drive”, y fue que no (aparte de que la decepción, a nuestro modesto entender, se enraizaba en un desconocimiento fundamental, no ya de la carrera del danés, sino de la propia “Drive”). De todos modos, hay espectadores que no solo no se quejan de que determinados cineastas repitan una y otra vez idénticos  esquemas, sino que además lo desean activamente. Me doy cuenta, mientras escribo, de que, reformulando esto último, se sacaría una definición bastante cuca de lo que es el cine de género.

miércoles, 1 de enero de 2014

10 razones por las que se suele odiar a Herbert von Karajan



1 – Se le considera el epítome del egocentrismo y clasismo de los maestros orquestales (bien conocida es la anécdota del filarmónico berlinés quejándose de que hubiese dos servicios para la orquesta, uno exclusivo para Karajan y otro “para el resto de los hijos de puta”).


2 – Para muchos simboliza el derechismo alemán superviviente de la época hitleriana (no es que hubiese tenido un carnet del partido nazi, es que tuvo dos: el alemán y el austriaco).

3 – Los forofos de la interpretación HIP consideran que todo lo que pasaba por su batuta terminaba sonando a Wagner ( y no digo ya si ponía sus manos en el sacrosanto barroco).

4 – Los detractores del “gran repertorio” piensan que fosilizó la lista de obras que se suelen interpretar, centrándola de modo nacionalista en la música alemana y austriaca.

5 – Se le reprocha hacer poco caso a los clásicos del siglo XX (salvando su discutido álbum Schoenberg-Berg-Webern… y dos sinfonías de Honegger).

6 – Se ridiculiza su puesta en escena solemne, cimentada en sus colaboraciones fílmicas con Henri-Georges Clouzot, donde nació la peculiar iconografía del director que ¡no mira a los músicos!

7 – Los buscadores de la verdad artística dicen que para él lograr un sonido bonito pasaba por encima de cualquier otra consideración.

8 – Es visto como el gran pionero de la mercadotecnia en la música clásica, vendiendo discos básicamente a base de un nombre y una foto.

9 – Los elitistas de pro, que desearían que la música clásica fuera privilegio de unos pocos, le tienen rencor por haber llenado las estanterías del populacho de sinfonías de Beethoven.

10 – Los miembros de la Filarmónica de Berlín se veían obligados a reírle, durante los ensayos, sus chistes malos sobre Willy Brandt.