domingo, 30 de marzo de 2014

Entre resignación y reconciliación... XI Muestra SyFy



Lo primero que me viene a la cabeza cuando rememoro la última Muestra SyFy a las dos semanas de su celebración es su condición de máquina del tiempo, dilatando y desorientando mi percepción cronológica a fuerza de entrar cada tarde en cuatro o cinco continuos diferentes, cada uno con sus propias reglas. Lo segundo es que, pese a mis quejas de los dos años anteriores, he aprendido a ver el lado bueno de la nueva etapa en el Callao. No me gusta el cariz mainstream y palomitero que ha ido tomado el evento, lamento la depuración de sus componentes más gafapastiles y no veo la gracia a la subcultura friki-tuitera que se ha ido apoderando de la platea y a quien parece dedicada especialmente “Faraday”, pero por otro lado me resulta difícil repudiar el entusiasmo juvenil que se sigue respirando en todos los pases, participo sin rubor en las increpaciones a Leticia Dolera y me sumo a las nuevas tradiciones que vi nacer ya en esta sala (en especial los aplausos a la luna, que me proporcionaron un pequeño momento de orgullo cuando vi a dos pasajeros del autobús en que yo regresaba la madrugada del sábado buscando en su móvil su origen y encontrando esta entrada).



Reconozco que mis expectativas han bajado, pero por ello también han aumentado mis posibilidades de disfrute: Es cierto que ya no veremos títulos de fantastique intelectualoide de los que transforman mi vida (cuento con Nocturna para poder ver como se merecen cosas como “L’étrange couleur des larmes de ton corps” o “Kiss of the damned”), pero mentiría como un bellaco si no confesara que me quedé al pase noctámbulo de “Piraña 3DD” por ver a David Hasselhoff haciendo de sí mismo… y que no me arrepentí.


Ya la inauguración con “300: El origen de un imperio” da pistas sobre el carácter mediático y un tanto verbenero que se le quiere imprimir a la Muestra. Es un título que a todo el mundo le va a sonar, que casi todo el mundo va a ver y que a casi nadie le va a gustar, pero hace un buen titular de prensa y da un toque inicial de espectacularidad blockbuster a una sucesión de pelis que por lo general han salido bastante baratas, tanto en producción como en derechos de exhibición. Se podría haber empezado, no sé, con “Byzantium” de Jordan, pero quizá habría colocado las expectativas demasiado altas para el resto. En el mundillo friki siempre hay un cierto componente de menosprecio hacia lo que se va a ver, de ahí que la precuela-secuela del neo-péplum más famoso del siglo XXI (“Gladiator” era aún del XX) fuese perfecta para el cachondeo de un público enterado. Demostración perfecta del talento de Zack Snyder por ausencia, con un guión que parece un débil pretexto para enlazar una escena de batalla con otra, un abuso del “tiempo bala” sin el cual la peli duraría como 50 minutos menos y una estética sucia y fea empeorada si cabe por el filtro grisáceo de las gafas 3D, al menos merece ser recordada por la irrisoria escena erótica entre Eva Green y Sullivan Stapleton (quizá incluida para atenuar el subtexto gay de la saga) y por el primer aplauso del público ante una luna llena de enormes dimensiones. Ah, y porque en los créditos del final suena una versión de “War pigs” de Black Sabbath.



El viernes descubrí que el fantástico debe de mantenerme en pie por sí mismo, puesto que la noche anterior apenas había dormido (quizá herido en mi masculinidad por no estar a la altura de los hercúleos atenienses ni mucho menos de la tremebunda Artemisia), aguanté una jornada laboral completa y me planté en el Callao a las tres y cuarto sin haber descansado lo más mínimo. Y todo para ver “Maniac”, remake de una peli que aún no he visto (pese a haberla encontrado a 1 euro en el Alcampo) que al menos me devuelve la olvidada sensación de ver un psycho-killer gore y salvaje en pantalla grande, con un curioso juego entre la narración subjetiva y la objetiva que supone una atracción en sí misma. Se me escapa la supuesta originalidad de poner a Elijah Wood como asesino perturbado (ya lo fue en “Sin City”) y me va sobrando el tópico de que, si alguien ve de pequeño a su madre ejerciendo como prostituta, crecerá siendo un maniaco asesino; no os quepa duda de que saldría especial, pero los niños no tienen tanta moral, se acostumbran y le buscan a todo una explicación fantasiosa. Por cierto, pésima proyección digital, no ya por el tono sucio de la imagen, que dicen intencionado, sino por los tembleques internos en panorámicas que parecen más dignos de un DVD mal pasado de NTSC a PAL que de una DCP como dios manda. Hubo luna.


“Frankenstein’s army” fue una de los títulos menos valorados de la Muestra, y tal vez injustamente. Varios espectadores se quejaron de la convención del “metraje hallado”, que parece haber colmado la paciencia de muchos, conscientes de que así se sortea la obligación de perfilar un buen guión con su progresión dramática, así como de pensar una puesta en escena adecuada. Todo se confía a los hombros y al enfoque ineptos de un cámara a quien, aparentemente, nadie enseñó su oficio… para que luego los supuestos soldados rusos de la II Guerra Mundial se expresen en un inglés de macarrónico acento. De acuerdo, sí, pero esto tampoco es “Atrocious”: el laboratorio subterráneo descubierto por los soldados está lleno de surreales híbridos entre humano y máquina, creados, cómo no, por un vástago del célebre fabricante de monstruos encantado de tener tanto material humano de los campos de exterminio a su entera disposición. Una idea, si no original, sí bastante sugestiva, con la que se sabe hacer bastante poco, pero que al menos destaca como algo distinto a lo que tenemos acostumbrado ver. Aunque quizá no demasiado: la peli desecha como un chiste pasajero el enlace que hace Frankenstein entre el hemisferio cerebral derecho de un nazi y el izquierdo de un bolchevique. A mí me hubiese gustado ver un largometraje entero sobre ello.


Empiezo a encontrar inquietante que nos sea más fácil ver un remake gringo de una peli latinoamericana que el original rodado en nuestro propio idioma. Ya pasó con “La casa muda” y ahora se repite el fenómeno con “Somos lo que hay”, rebautizada en los EEUU como “We are what we are”, que no es exactamente lo mismo. Como siempre, el fluir de las proyecciones de un festivalillo se beneficia de los contrastes: del atropello improvisado del título anterior se pasó a un ritmo pausado, atmosférico, que va colocando lentamente piezas de un rompecabezas que seguramente el espectador se imagina entero desde el principio, pero será capaz de disfrutar si aprecia una narrativa fílmica al viejo estilo y se deja atrapar por el subgénero “psicópatas religiosos en la América profunda”, hasta llegar a un desmadrado final que recompensa la paciencia de los más fanáticos del terror para que no salgan del cine con la impresión de solo haber visto llover durante hora y media. Sorpresa agradable, pues no me esperaba algo tan “de autor” viniendo del director de aquel “crowd pleaser” ochenteril que era “Stake land”. Eso sí, o me dormí o no entiendo por qué a la hija rubita se le riza el pelo de repente.


“Snowpiercer” era el título más esperado, y con razón: no solo era el regreso de Bong Joon-Ho a la dirección tras su infravalorada “Mother”, no solo es una historia de CF apocalíptica basada en un tebeo francobelga de los 80, sino que además ¡transcurre a bordo de un tren! Para un servidor, que sin embargo odia los trenes como medio de transporte, el ferrocarril es quizá uno de los escenarios fílmicos más potentes; hay algo en una aventura sobre raíles, sobre un fondo siempre cambiante, con un impulso literal hacia adelante, que da un atractivo especial, casi filosofico, incluso a la trama más anodina, y no digamos ya a una larga lista de clásicos como “Alarma en el expreso” de Hitchcock o “The narrow margin” de Fleischer, o, por qué no, “Pánico en el Transiberiano” de nuestro Eugenio Martín. Si encima tenemos un tren que cruza un paisaje postapocalíptico congelado, con una violenta revuelta social a bordo, y toda una sociedad desplegada a lo largo de los vagones en una serie de flipantes microcosmos sucesivos, ya habríamos tenido un título digno de mención aunque se tratase de una serie B inepta, pero, si encima tenemos al mando a uno de los realizadores coreanos con mejor pulso e inspiración, podemos hablar de uno de los hitos de la Muestra SyFy en toda su historia, donde el sentido de la maravilla (esos planos de las ciudades desoladas y cubiertas por el hielo al paso del tren) se alía a un sentido de la acción más brutal y sucio de lo que es habitual en los últimos tiempos en Occidente, a unos considerables mala leche y gamberrismo no por controlados menos potentes, e incluso, para los más intelectualoides, una reflexión metalingüística sobre la razón de ser y el objetivo de los blockbusters, Dos horas y media que se pasan sin sentir y que justifican por sí mismas toda una Muestra.


Después uno pudo irse a casa (y de hecho muchos, por aquello del anticlímax, lo hicieron, dejando la sala medio vacía), pero el completismo nos pudo y vimos “Fresh meat”, comedia caníbal maorí cuyos chistes eran bastante de andar por casa pero que nos retrotrajo a nuestros 20 añitos con su desvergüenza explotativa, los desnudos de un par de actrices haciendo de colegialas lesbianas en la ducha, y el impagable papel de Temuera Morrison como el patriarca familar que decide resucitar un culto religioso basado en el canibalismo. Danny Mulheron (quien, según aprendo en IMDB, fue uno de los guionistas y actores principales de “Meet the Feebles” de Peter Jackson) crea una peli cuya mayor virtud es el desparpajo y un entretenimiento sin complejos… aunque he de decir que no logró mantenerme del todo despierto después de unas 20 horas seguidas en pie de guerra.


El sábado no empezó demasiado bien. Por alguna razón, los organizadores de la Muestra han decidido dar la espalda al terror francés y apostar decididamente por Gran Bretaña e Irlanda, lo cual no debería plantear problemas si se escogieran mejores muestras que “In fear”, ejemplo de cómo aprovechar hasta un máximo de metraje la idea de una pareja perdida en un coche en mitad del campo buscando un hotel que no aparece mientras un desconocido los acosa con fines, suponemos, homicidas. Demostración para los escépticos de que “Frankenstein’s army” no era tan mala, la peli de Jeremy Lovering, con su pretensión de “quemar despacito” (slow burn) los nervios del espectador, pero sin ofrecer ni un guión interesante ni una capacidad de mantener la tensión durante más de diez minutos seguidos (la duración de un corto, por cierto) de todo el subjetivamente muy largo metraje, dejó bastante defraudado a un público que a esas horas de la sobremesa necesitaba una desfibrilación mental que se consigue mejor con las películas animadas, que, históricamente, siempre han sido las que mejor han funcionado en esta sesión.

Mayor simpatía me despertó “Almost human” de Joe Begos, a quien debe de gustarle mucho John Carpenter (los créditos usaban una fuente muy parecida a los de “La cosa”, y esa música sintetizada muy al estilo de los 80 no habría desentonado en la mayor parte de la filmografía del susodicho) y en general las series B de terror y CF de esa época, recreadas enciclopédicamente en un título que cubre sus múltiples limitaciones actorales, presupuestarias, argumentales y de todo tipo con un instinto narrativo, un nervio y una desvergüenza, una falta de escrúpulos a la hora de insertar escenas gore o momentos que no pasarían la autocensura de ningún gran estudio (mención especial para cuando la trompa inseminadora a lo “Hidden” del rústico pueblerino poseido por los alienígenas, que hasta ahora utilizaba la boca como punto de entrada, decide hacer una excepción con su ex esposa, que la recibe directamente por vía vaginal) que, si no calidad, sí aportan, más aún que en el caso de “Maniac”, el placer, que se creía perdido para siempre, de disfrutar una película así en la pantalla de un cine de estreno del centro de Madrid. Si hubieseis visto “Almost human” de jovencitos, alquilada en VHS a finales de los 80 o principios de los 90, la recordaríais como un gran clásico.


“Rigor mortis”, debut en la dirección de Juno Mak (protagonista y argumentista de “Revenge: A love story”, brutal thriller que deberíamos haber visto en alguna Muestra anterior, en lugar de tanto zombie cockney y pulpo alienígena irlandés), nos despertó una entrañable nostalgia de la etapa del Palafox, dado que es la típica peli de las que entonces se veían dos o tres por edición: producción oriental que une elementos muy de género (aquí nada menos que los vampiros hongkoneses que avanzan a saltitos, todo un subgénero homenajeado a base de hacer aparecer a varias de sus viejas estrellas) con un enfoque lento, envolvente y enigmático muy de “arte y ensayo”. El extraño edificio de apartamentos que podría estar poblado por espíritus es el escenario de una peculiar confrontación entre fuerzas elementales, cuyos actores, sin embargo, viven una realidad muy apegada a lo cotidiano, desde el antiguo cazador de vampiros con gafas de madera que sobrevive preparando el mejor arroz pegajoso del vecindario, hasta la costurera que accede, por amor a uno de los viejos residentes, a ayudar a resucitarlo en forma de vampiro. La peli quizá se programó por sus espectaculares duelos mágicos con peculiares efectos CGI y coreografía aérea, pero yo casi recuerdo más la en principio exasperante y en definitiva memorable escena en la que la costurera gira una y otra vez en torno al incipiente vampiro, con el rostro protegido por las monedas mágicas, repitiendo una y otra vez sus frases recurrentes de queja sobre todo lo divino y humano, como si de un conjuro se tratara. En la inauguración, el programador de la Muestra prácticamente se disculpó por haber incluido esta peli, momento en el cual supe que sería buena. Hubo aplausos a la luna, pero para mí que solo era el reflejo accidental de una farola.


La apoteósica acogida a “Coherence”, incluyendo su entronización por los tuiteros de SyFy como mejor peli de la Muestra, me sorprende un poco dada su no excesiva comercialidad y su renuncia a pulsar botones del frikismo. Tal vez sea que el público, aplauda a la luna o no, va creciendo y madurando (otra prueba de ello pareció ser la ausencia de espontáneos reventando la función durante la exigente “Rigor mortis”), aunque también sospecho que en este éxito desempeñaron bastante papel el factor sorpresa y una cierta ética de lo “low cost” que hace admirar automáticamente aquellos productos al alcance de las posibilidades económicas de uno. Aunque reconozcámoslo: sugerir un despliegue de universos cuánticos alternativos tras el paso de un cometa con solo un puñado de actores, una casa y unas cajas de varitas luminosas de diferentes colores tiene bastante mérito, toda vez que no se apuesta por la baza visual (cosa rara viniendo del dibujante de los storyboards de la trilogía original de “Piratas del Caribe”) y que, sin sonido, tal como por una avería se vio el inicio de la proyección, nadie sospecharía que estuviésemos ante una obra fantacientífica. Yo sigo quedándome con “Snowpiercer”, pues no sé cómo soportará esta curiosa peli revisiones sucesivas sabiendo ya de qué va el asunto, pero que se la considere el título estrella de esta Muestra me resulta simpático, pues supone un recordatorio de los tiempos indies del Palafox y una bofetada de humildad a un servidor, demasiado inclinado a menospreciar al público de estos eventos y su capacidad para reconocer algo que vale la pena cuando se lo encuentran.
 

Ya hice referencia antes a “Piranha 3DD”, que en el caso de esta proyección concreta fue solo “Piraña 2” o incluso “Piraña DD”, sin el 3 delante. La peli, en sí misma, tiene bastante menos gracia que “Fresh meat”, incluso en el plano erótico-festivo (donde esté Hanna Tevita, que se quiten todas esas californianas operadas), pero al menos Hasselhoff no defrauda como gran atractivo “camp” frente a la teórica superioridad del “remake original” (toma oxímoron) de Alexandre Aja, al cual, debido a no haberlo visto, puedo seguir otorgando el beneficio de la duda (lo digo porque soy de quienes piensan que el señor Aja es una eterna promesa cuya aún mejor película, “Alta tensión”, se perfila con los años como una “calling card” para entrar en la gran industria, pero que no ha tenido continuidad con otros títulos comparables). A uno le gustaría que en la sesión golfa se apostara ya por lo directamente salvaje y brutal y no solo por los desparrames jocosos, pero a nadie le amarga ver al ex protagonista de “El coche fantástico” en una cama con dos chavalas, cantando una malísima cabecera de serie imaginaria o encontrándose con que los niños de hoy ya no saben quién es. Los chistes malos me pasan por encima, pero el gafapasta en mí aplaude las resonancias de “JCVD” viendo el vacío existencial que engulle al “socorrista más célebre de todos los tiempos” enfrentado a la decadencia de su cuerpo y al paso inexorable del tiempo, que le obliga a aceptar convertirse en su propia caricatura. Hubo luna.


El domingo me sorprendo a mí mismo mitigando mi desdén por la iniciativa “Phenomena”, que siempre consideré fuera de lugar en un fin de semana téoricamente orientado a difundir cine inédito con dificultades para llegar a salas, por no hablar de la tonalidad cien por cien palomitera que imprime a la tarde del domingo, empeorada si cabe por los conatos de “cult movies” patrias que llevamos sufriendo a continuación casi desde que el Callao es la sede. Al menos, llevar unos buenos años ya sin ver “La mosca” de Cronenberg me ahorró el siestazo del 2013 con la requetevista “Alien”, y me despertó cierta nostalgia por unos tiempos en que una peli claustrofóbica, con solo dos personajes, centrada en obsesiones oscuras sobre sexo y muerte, y repugnante sin complejos (¿a quién le puede dar asco un efecto CGI?) podía ganarse un estatus de “clásico popular”. Intenté también ir a la contra con “Depredador” (el culto actual de los treintañeros hacia Stallone y Schwarzenegger me parece un tanto atolondrado), asombrándome de que tantos espectadores echen de menos las andanzas selváticas de un comando machirulo, pero al final, después de una semi siestecita, también fui benevolente: McTiernan supo captar la emoción primaria del cromañón que llevamos dentro ante el valor solitario de un cazador convertido en presa y dispuesto a defenderse casi desnudo, con uñas y dientes, del ser más poderoso que él empeñado en convertirlo en su cena. J.H. Rosny habría estado orgulloso.
 

Por desgracia, el momento embarazoso estaba por llegar. Quizá cabría reconocerle a “Faraday” el mérito de tratar de reflejar un mundillo poco tratado por el cine, el de los “hipsters” tuiteros y frikis con pose encantados de conocerse, y no cabe duda, que, al estilo de las comedias del grupo ZAZ (salvando las distancias), recibiendo una andanada de veinte chistes tontos por minuto alguno deberá hacer gracia, pero no sé si achacar mi rechazo a un elitismo nato o bien a todo lo contrario: amén de mi desprecio por toda la subcultura internetera, que convierte en tótem cinco nimiedades distintas al día (hecho sobre el que la película ironiza demasiado amablemente, incluso con cariño), la posibilidad de que pueda llegar a identificárseme, debido a algunos de mis gustos, con el tipo de fauna en la cual, si hacemos caso al Twitter de SyFy, gran parte del público de la Muestra se vio reflejado, hace que mi cuerpo se vea recorrido por violentos escalofríos. Bien es verdad que también odio “La red social” simplemente por el hecho de tratar sobre Facebook: la publicidad negativa no existe, del enemigo ni siquiera se debería hablar. Puede ser que no pueda soportar que a una excentricidad no menos válida que la mía se le rían las gracias y a la mía no: la lista de blogueros y tuiteros de pro que aparecen hablando en la peli a cuento nada, simplemente por puro “name-checking”, y que levantaban pequeñas oleadas de aplausos a cada cameo, tuvo como compensación para mi rabia el hecho de conocer su aspecto físico de cara al día que me los encuentre solos admirando las profundidades del Gran Cañón del Colorado. Me da pena que una película que quiere ser vitalista y simpática, que busca resortes innovadores para el cine español, me resulte tan detestable, pero para mí es como estar en una fiesta donde no conozco a nadie, nadie me habla y a quienes yo hablo no me entienden. Querer ser friki y gregario a la vez es una contradicción en términos; un cúmulo de singularidades solo se homogeiniza a base de vulgaridad e infantilismo. “Faraday” no se dirige a un espectador que no esté ganado de antemano para la causa, y sus virtudes se me antojan perecederas: dentro de apenas cinco o seis años, será más difícil de entender fuera de su contexto que cualquiera de Apichatpong Weerasethakul.


La venganza final, después de tanta celebración autosatisfecha de las virtudes y los defectos de lo “low cost”, fue que la Muestra se clausurase con la reciente versión francesa de “La bella y la bestia”, dirigida por un Christophe Gans al servicio de la “grandeur” después de que su carrera no haya despegado como hubiese debido. El boato visual, que arrancó de un espontáneo el envidioso (y xenófobo) grito “Quelle merde!” en realidad era mucho más simbolista y decadente que todo el concepto de la película, que en esencia quiere rescatar el cuento de las garras de Disney para devolverlo al país que lo originó, tratando de no excluir al público infantil y de esa manera renunciando a cualquier extraña reformulación o deconstrucción psicológica del mito. Confieso que a mí me gustó: todo lo que suponga enseñar a los niños a apreciar desde una tierna edad una estética al estilo Gustave Moreau o similares, incluyendo en la ecuación la belleza de un cuerpo femenino desnudo para simbolizar el espíritu tutelar de los bosques, tiene mis simpatías y me mueve a perdonar que Cassel dé tan poco miedo como Bestia, pudiendo haber dado tanto, y que se cuelen de rondón unas mascotitas monas informatizadas. Incluso Eduardo Noriega parece buen actor en francés, y hay por ahí una echadora de cartas que da un toque curioso. Ni me planteo comparaciones con Cocteau: mejor, en este contexto, fijarse solo en lo malo, en su misoginia galopante y en un antisemitismo que, en una Francia recién liberada, no era del mejor de los gustos. Hubo luna, como no podía ser de otra manera en una clausura.


Qué más voy a decir… ¡Si hasta me gustaron los cortos! “Droga perfecta”, por su delirante mundo visual; “Insectopía”, por saber plasmar una idea fácil de contar en palabras pero no tanto en imágenes; “El juego inconsciente” por su falta de reparos en desplegar un exuberante sentido del humor gafapastil; “Secuencia” por su convincente imitación de un surrealismo estadounidense a lo Lynch; “Blink” por su pretenciosidad videoartista que supo a gloria tras la cutrez orgullosa de serlo de “Faraday”. Mi octavo año en la Muestra SyFy me reveló extrañamente como una persona deseosa de disfrutar, reacia a atrincherarse en los recuerdos felices de la etapa del Palafox y que sigue dispuesta a continuar la relación pese al horroroso cambio de sede (que este año, entre otras lindezas, nos obsequió con tres días de opositores al régimen venezolano perfectamente audibles desde el interior de la sala), el criterio errático de la selección (¿de veras no había nada por ahí mejor que “In fear”?) o las nulas ganas de mejorar la organización (¿tan difícil es reservar un asiento fijo si tienes abono?). Haciendo un balance general, creo que esta edición superó con creces a las dos anteriores, o al menos mi sensación de vacío al final fue muchísimo menor. Pero hay que hacer algo con esos domingos: recordad que en la época Palafox el domingo era la tarde de la resaca, mucho más tranquila que el sábado, empezando más tarde y a menudo con títulos intelectualoides y agradecidos como “Inju”, “Canino” o “Vinyan”, impensables en la deriva actual. Uf, mejor ir cerrando esto, que está a punto de convertirse en un himno a la añoranza cuando yo lo que quería comunicar era que la Muestra SyFy sigue viva pese a todo y que esperamos que no ceje, mejor o peor.